Comida y petróleo. Otro escenario de la ofensiva neoliberal

 

“En los países democráticos no se percibe la naturaleza violenta de la economía, mientras que en los países autoritarios lo que no se percibe es la naturaleza económica de la violencia”.
Bertold Brecht

El que dos millones de habitantes de un país con seis millones tengan hambre, o coman tarde, mal y nunca, representa un acto de notable violencia. Parecería que somos un país democrático —de acuerdo a Brecht—, ya que pocos perciben la naturaleza violenta de la economía al excluir a tanta gente de un derecho tan básico como el del acceso al alimento. Sin embargo, también somos un país autoritario, ya que pocos perciben que el origen de la inseguridad, de la violencia de los militares en el campo, o de la Fiscalía criminalizando a activistas sociales, o sea, la violencia que impera en el país, es de naturaleza económica.

Querer comer, dentro de pocos años, puede llegar a ser el motivo principal de la represión y los encarcelamientos. Quien no tenga dinero para comprar algo de comer, robará la comida, el que roba es sujeto de penalidades. Diría más, querer comer es ya hoy motivo de apresamiento, desalojos y represión para una parte importante de la sociedad paraguaya, el campesinado.

Comento en este artículo un trabajo de Norman Church[1] acerca de la relación que existe entre la producción y el precio del petróleo (y sus derivados) y el gas, sobre la forma cómo hoy nos abastecemos de alimentos. La tesis del autor es que durante los próximos años (hasta 2020, pero empezando en 2010) el actual sistema alimentario se cae, como resultado del “pico del petróleo”[2] y la consecuente alza de los precios de sus derivados.

En principio, se trata de un problema tan obvio que la mayoría de la gente no lo percibe en toda su magnitud. Se alcanza a apreciar apenas sus efectos más inmediatos.

Es lo que ocurrió con la última suba del gasoil; pasó de Gs. 3.300 a Gs. 3.800 el litro. Inmediatamente, subió el pasaje (transporte) y en consecuencia el flete, los panificados, los lácteos, los alimentos en su conjunto. Lo que se aprecia es cómo impacta la suba de los combustibles sobre la “canasta familiar” o sobre el Índice de Precios al Consumidor, IPC. Esto es lo que se ve, sin embargo, el problema es mucho mayor.

El profesor Dale Allen Pfeiffer[3] lo expresa de la siguiente manera. “El fin de esta década podría sufrir sin alternativa una espiral ascendente de los precios de los alimentos. Y la próxima década podría padecer una hambruna masiva a nivel global, tal como jamás ha afectado a la raza humana”.

El hecho es el siguiente; el sistema alimentario depende del petróleo crudo barato. Virtualmente, todos los procesos en el sistema alimentario moderno dependen ahora de este recurso limitado que se acerca a su fase de agotamiento. Dice Church: “vastas cantidades de petróleo y gas son utilizadas como materias primas y energía en la producción de fertilizantes[4] y pesticidas, y como energía barata y fácilmente disponible en todas las etapas de la producción de alimentos: desde la siembra, la irrigación, la nutrición y la cosecha, hasta el procesamiento, la distribución y el embalaje[5]. Además, los combustibles fósiles son esenciales en la construcción y la reparación de los equipos y de la infraestructura requeridos para facilitar esta industria, incluyendo la maquinaria agrícola, las instalaciones de procesamiento, almacenamiento, barcos, camiones y carreteras. El sistema industrial de suministro de alimentos es uno de los mayores consumidores de combustibles fósiles y uno de los mayores productores de gases invernadero”.

En resumen, dice nuestro autor, “el moderno milagro agrícola comercial que nos alimenta a todos, y a gran parte del resto del mundo, depende por entero del flujo, el procesamiento y la distribución del petróleo, y la tecnología es crítica para mantener ese flujo”.

Por el momento, en el Paraguay este fenómeno se manifiesta con el alza del precio de los combustibles y su traslado a los costos de los alimentos. Resulta obvio que, por cada aumento de un punto porcentual de suba del IPC, una buena cantidad de gente deja de comprar algo de alimento o cambia a un sucedáneo más barato, o ingresa a la categoría de pobre con hambre. Hace pocos días la prensa local transcribía una noticia de los supermercadistas en la que estos manifestaban que al hacer sus compras, la gente busca ahora “lo más barato”, dejando de comprar productos de una marca determinada a la que estaba acostumbrada. Esta es una señal de que la pobreza llega a comprimir el gasto en comida. Pero, ¿hasta cuánto ese gasto puede ser comprimido?

Al lector local le puede resultar algo exagerado decir, “el sistema alimentario actual caerá”. Sin embargo, supongamos el siguiente escenario. El gasoil va a Gs. 7.000 el litro (el barril del crudo hoy a U$ 48 va a U$ 100), el aceite de costar Gs. 5.500 el litro va a Gs. 11.000, el pan de Gs. 3.600 pasa a costar Gs. 7.000 el kilo y el azúcar de 2.600 va a 5.000. Mientras tanto, el salario no se reajusta y los precios agrícolas siguen en los niveles en que están ahora. ¿Cuántos paraguayos comerán menos o no comerán con esos precios y estos salarios? Esto no es apocalíptico, la Goldman Sachs, importante banco estadounidense de inversiones en el mundo, alertó sobre un inminente precio “paroxístico” de 105 dólares el barril de petróleo[6]. Esto está a las puertas. Sin embargo —y curiosamente— nadie habla de esto. Es más, no es solo que no se habla, sino que al menos en lo que respecta al gobierno paraguayo, se hace exactamente lo contrario a lo que se debe hacer.

Lo que se está haciendo es supeditar todavía más la economía al petróleo. La principal exportación del país hoy es la soja. Un monocultivo devorador de petróleo por donde se lo mire, se exportan commodities y se importan alimentos. Se incorpora irresponsablemente el uso de semillas transgénicas en el agro paraguayo, se fumiga con potentes herbicidas y pesticidas, se aplican fertilizantes inorgánicos, se asfaltan rutas (en vez del pavimento rígido de cemento), no se electrifica el transporte. En fin, uno puede continuar la lista con muchos más ejemplos.

Lo que se debe hacer, por lo menos en materia de alimentos, nos lo dicen los autores citados: usar la menor cantidad posible de derivados de petróleo y comercializar los alimentos a la menor distancia posible entre productor y consumidor. Este es el modelo viable, es lo que tendrá que hacerse en el futuro si queremos seguir comiendo.

Resulta que una cosa es que se acabe el petróleo, hecho para el que falta todavía un buen tiempo. Otra cosa es que se tenga el dinero para comprarlo, sobre todo para países como el Paraguay, que hasta ahora no lo produce. En efecto, para países pobres que no tienen petróleo el momento en que el petróleo se acaba es el momento en el que ya no se pueda pagar por él por sus altos precios. Y ese momento es el que está cerca.

Precisando, siempre habrá en el país quien pueda pagar un gasoil a un precio altísimo y el costo igualmente alto de los alimentos que lo acompañará. El punto es, ¿qué pasará con la gran mayoría que no podrá pagar esos precios?

Para una persona que se muere de hambre, o para un chico que muere de desnutrición, el petróleo se acabó ese día. Esa es la fecha que está cerca para una gran cantidad de paraguayos, paraguayas, paraguayitos y paraguayitas.

Es un contrasentido total desmontar la agricultura campesina, que es la única que podrá alimentar a la población cuando el petróleo entre en su pico. Por ahí pasa la solución, según Church y según Pfieffer. En palabras del primero: “La prioridad debe ser el desarrollo de sistemas locales y regionales de alimentos, preferentemente sobre base orgánica, en los que un gran porcentaje de la demanda es satisfecho dentro de la localidad o la región. Este enfoque, combinado con el comercio justo, asegurará suministros seguros de alimentos, reducirá a un mínimo el consumo de combustible fósil y reducirá la vulnerabilidad asociada con una dependencia de exportaciones de alimentos (así como de las importaciones). La localización del sistema alimentario requeriría diversificación, investigación y apoyo importantes que hasta ahora no han tenido lugar. Pero es factible y tenemos pocas alternativas”.

Enrique Ortiz Flores, afirma: “La estrategia fundamental es sacar a los pobres de la economía de subsistencia en la que son sujetos activos para convertirlos en sujetos pasivos de la economía de mercado. Eliminarlos como productores para pasarlos a ser clientes consumidores y empleados, o ‘dependientes’ en el mejor de los casos, de las empresas transnacionales”[7]. Otro investigador, el urbanista suizo-mexicano Jean Robert, expresa aún de manera más lapidaria la situación: “Los grandes negocios usan la bandera de la modernización para justificar que transformen hasta a los más pobres en clientes compulsivos […] destruyendo los instrumentos y tradiciones que permiten a la gente soportar la pobreza: convierten la pobreza en indigencia”.

Queda así planteada una cuestión de máxima importancia para el futuro del país. ¿Seguiremos dependiendo de las importaciones de petróleo para poder comer, para poder exportar? ¿Seguiremos enajenando nuestra capacidad de alimentarnos para traspasarle esa capacidad a las empresas transnacionales?

  1. Church, Norman (2005): Energía, transporte y sistema alimentario, From the Wilderness (www.rebelion.org. 21/04/05).
  2. Se conoce con este nombre el momento en que las reservas del combustible fósil no serán suficientes para abastecer la demanda mundial. Los países exportadores, a partir del pico, empezarán a bombear menos barriles diarios que los que solicita la demanda.
  3. Pfeiffer, D. A. (2005): Comemos combustibles fósiles, From the Wilderness (www.rebelion.org.02/05/05).
  4. Pfieffer menciona; “para dar al lector una idea de la intensidad energética de la agricultura moderna, la producción de un kilogramo de nitrógeno para fertilizantes requiere la energía equivalente de entre 1,3 a 1,8 litros de combustible diesel. Según The Fertilizer Institute (http://www.tfi.org), desde el 30 de junio de 2001 al 30 de junio de 2002, Estados Unidos utilizó 12.009.300 toneladas cortas de fertilizante de nitrógeno. Utilizando la cifra baja de 1,4 litros de equivalente de diesel por kilogramo de nitrógeno, esto equivale al contenido energético de 15.300 millones de litros de combustible diesel, o 96.2 millones de barriles. Desde luego, se trata solo de una comparación aproximada para ayudar a comprender los requerimientos energéticos de la agricultura moderna.
  5. Según Pfieffer, en Estados Unidos el consumo de energía agrícola se reparte como sigue: 31 % para la producción de fertilizantes inorgánicos; 19 % para la operación de maquinaria agrícola; 16 % para transporte; 13 % para irrigación; 8 % para la crianza de ganado (sin incluir el alimento para ganado); 5 % para secar la cosecha; 5 % para la producción de pesticidas; 8 % para usos varios. Los costes de energía para embalaje, refrigeración, transporte al comercio minorista y la cocina doméstica no han sido considerados en estas cifras.
  6. Goldman Sachs, uno de los principales mercaderes globales en futuros de energía, publicó un impactante reporte sobre la fuerte demanda del petróleo y su abastecimiento restringido, lo cual ocasionaría un alza paroxística y la “compra masiva por los fondos especulativos” (Mark Tran, The Guardian, 1.º de abril). Citado por Alfredo Jalife-Rahme, La Jornada, (www.rebelion.org 06/04/05).
  7. En un informe que presentara a la Asamblea Mundial de Pobladores de la Coalición Internacional del Hábitat, México DF, 2001, enfrentada a la Conferencia Hábitat de la ONU y publicado por Coalición Hábitat Internacional, bajo el título Políticas y estrategias habitacionales en un mundo en proceso de globalización, México, 2001.