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¿Conservadores o atrasados? Pistas para entender lo que no está haciendo el gobierno con los campesinos

Diario La Nación, 25 de marzo de 2004
“Érase una vez un lobito bueno, un príncipe malo y una bruja hermosa”.
Por momentos (que son cada vez más frecuentes) algunos tenemos la sensación de estar viviendo en el mundo al revés. Los pobres plantean lo que recomiendan hacer los organismos más serios y actualizados a nivel mundial, mientras el gobierno (con gente que presume ser muy instruida) se empecina en aplicar instrumentos de política económica neoliberal, completamente superados, ineficientes y probadamente excluyentes.

La referencia es con respecto al problema campesino. Recuerdo que allá por la baja década del 90 participé como consultor en un TCP de la FAO. Uno de los expertos extranjeros era especialista en producción ganadera y se encontraba analizando la evolución del hato ganadero en el país. En una rueda informal de conversación, comentaba con no poco buen humor que, de seguir evolucionando como venía, la proyección mostraba que para dentro de 25 años los paraguayos tendríamos que salir todos del país para que cupieran las vacas. Afortunadamente la tendencia cedió.

Una década después, el mismo fervor económico vuelve a envolver a entusiastas productores. Esta vez son sojeros. De cultivarse poco más del millón de hectáreas hace cuatro o cinco años, en el actual ciclo agrícola se han superado los 1,5 millones. Solo entre el anterior y el actual ciclo agrícola se han incorporado al cultivo de la soja 350 000 has. Según el Pdte. de la CAPECO, Jorge Jure. Si esta tasa de crecimiento se mantuviera —hipotéticamente— durante 15 años, se alcanzaría la superficie total de cultivos que existe hoy. O sea, en el campo paraguayo no habría otra planta que no sea soja. El ratiotinio ad absurdum de la vieja lógica aristotélico-tomista nos muestra que en el mediano plazo este modelo es inviable, aunque tan solo sea por la lógica.

Lo es también desde el punto de vista político, pero principalmente desde el punto de vista social. ¿En qué se emplearían, o cómo vivirían los 2.1 millones de campesinos que hoy tenemos en el país si toda la tierra cultivable estuviera sembrada de soja? Esto, que parece ser el delirio de un grupo relativamente reducido de productores (no más de 30 000 sobre un total de 320 000) es la realidad hoy. Pero ahí no acaba la cosa; las mismas autoridades sectoriales del gobierno (MAG), como las económicas (principalmente Hacienda), ven con fruición este “despegue” de un tipo de agricultura que hará crecer el PIB sectorial, estimativamente, en 14 % durante 2004. Este crecimiento arrastraría al conjunto del Producto nacional que crecería por encima de la tasa de crecimiento poblacional. Esta es la tenebrosa fantasía fondomonetarista que fue puesta como una de las condiciones en el acuerdo stand by firmado por Borda en diciembre pasado.

Con este comportamiento económico, el gobierno está hipotecando el futuro del país. A corto plazo da réditos concretos: el FMI muestra la tarjeta verde, aprueba desembolsos de contingencia, aumenta, con esos Derechos Especiales de Giro, las reservas internacionales del país (momentáneamente), los bancos privados multinacionales vuelven a tener una cierta predisposición a prestar dinero. Pero, ¿y en el largo plazo?

Aumento de la deuda externa, mayor sujeción a las condiciones impuestas desde Washington por ciertos organismos multilaterales de crédito, pero sobre todo, reducción aún mayor de la inversión social (educación, salud, vivienda, tierra y otros), menor disponibilidad de crédito interno, en consecuencia, menor inversión productiva, y con ello disminución de la oferta de empleos que equivale a desocupación y caída de los salarios y precios reales pagados a trabajadores y productores, disminución aún mayor del mercado interno, desmantelamiento del aparato productivo (por falta de circulante).

No menos crítica se presentará la situación en el agro con el avance de la soja. Previsiblemente, asistiremos a un mayor número de muertes e intoxicaciones por el uso vandálico de potentes biocidas (entre los que se encuentra el tristemente célebre Roundup), abandono forzado del campo por parte de campesinos, creciente pérdida de soberanía territorial y cultural por el avance de la frontera física ocupada por productores de origen extranjero, destrucción aún mayor del medioambiente (lo que queda de bosques, flora nativa, fauna terrestre e ictícola), total desgaste de los suelos agrícolas, intensificación del proceso de desertificación (ya presente en muchas zonas de la región Oriental), enajenación de grandes extensiones de tierra que pasarán a manos de empresas transnacionales (como ya es el caso con la empresa Victoria S.A. en Puerto Casado con 400 000 hectáreas en manos de la secta Moon), creciente dependencia alimentaria por el monocultivo de una commodity que suplanta la diversificación propia del autoconsumo, creciente dependencia de insumos importados para las exportaciones nacionales, y lo paradójico, el previsible monopolio que la empresa Monsanto (productora de las semillas transgénicas de soja y de los herbicidas en uso) tendrá sobre el comercio exterior paraguayo.

Este es el modelo contra el cual se pronuncia la FNC, estas son las políticas neoliberales aplicadas al agro que denuncia la MCNOC, esta es la inconsciente propuesta gubernamental que motiva la formación de las Coordinadoras Departamentales. Esta es la inconsciencia neoliberal que apaña un gobierno que el Paraguay no se merece.

Mientras los campesinos y los pobres del país buscan la vida, los poderosos de siempre buscan más lucro. La razón y la lucidez parece estar del lado de los desheredados, mientras que los que debieran hacer gala de estadistas, muestran la desvergüenza de la sumisión.