Diario La Nación, 15 de setiembre de 2004.
Serie de Príncipes o reyes pertenecientes a una familia. Familia en cuyos individuos se perpetúa el poder o la influencia política o económica.
El país sigue atravesando un oscuro período de interminables décadas de opresión económica y social para un pueblo que no se resigna a ser esclavo por siempre. Un pueblo que busca trabajo en un período caracterizado por el ejercicio despótico del poder por parte de los poderosos, grupo que incluye a la mayoría de los ganaderos, a todas las transnacionales y a funcionarios corruptos.
Ya desde antes de la guerra civil del 47 usurpó el gobierno del país una dinastía de “próceres” que se perpetuó en el poder político administrando el poder económico de los faraones locales: latifundistas, contratistas de Itaipú, beneficiarios de tierras mayores con propósitos de especulación inmobiliaria, importadores, exportadores, transnacionales y corruptos de todo pelaje, empresarios de frontera, beneficiarios de licitaciones amañadas, chupamedias y arribistas de palos enjabonados.
Son estos mismos señores quienes tienen todavía la prepotencia de indicar a los “esclavos”, hoy reclamando bajo la forma de campesinos y grupos sociales pauperizados, que deben sujetarse a la legalidad que esos mismos señores han diseñado para perpetuarse, que no deben crear escuelas de formación, que no deben leer a Ernesto Guevara o a Marx o a Ho Chi Min, o que están conectados con los narcotraficantes, o que están siendo instruidos por las FARC.
Esto es sencillamente una desvergüenza. Los pinta de cuerpo entero. Como no pueden argumentar razonablemente sobre la perversidad del modelo económico que ellos sustentan, los que se oponen a él son guerrilleros, narcotraficantes o lectores de Marx. Es evidente que el espíritu de faraón mayor (54-89, era feliz y no lo sabía) sigue inspirando las delicadas elucubraciones intelectuales de estos profetas de bienaventuranzas: no os preocupéis de no tener tierra ni para hacer un bodoque que vuestro será el reino de los cielos[1].
Se trata de una campaña hecha con toda la mala saña y el buen tino de la guerra ideológica de baja intensidad: desacreditar al adversario ante la opinión pública para restarle apoyo psicosocial ante eventuales medidas represivas que vayan a ser tomadas por el gobierno, para lo cual este precisa justamente de ese apoyo ciudadano.
Se ofrece la bicoca de G. 60 000 millones en un futuro indefinido para comprar 30 000 has que beneficiarán a 3 000 campesinos, cuando hay 300 000 sin tierras. La migaja del 1 %. Mientras tanto, una cantidad similar se destina a financiar la siembra y cosecha del algodón, que beneficia exclusivamente a los socios de CADELPA, ya que a los pequeños productores se le pagará una miseria. Mientras tanto, se aumenta notablemente el gasto militar para el próximo año, o se aumenta el pago a los servicios de la deuda externa, para quedar bien con la banca extranjera.
Claro que así no quedan sino migajas para atender los problemas nacionales. Pero no porque no se los atienda, los problemas dejan de crecer. En pocos días más los sojeros empezarán a sembrar sus semillas transgénicas, más bosques serán derribados, más glifosato será inyectado, más intoxicados habrá. Probablemente, van a aumentar las movilizaciones y —de atenernos a lo que ya pasó— más sojales serán quemados y más dinero se invertirá para “operaciones en terreno” de la policía o el ejército, degradado hoy en día a reprimir población civil compatriota.
Cuando esto se dé, los campesinos tendrán la culpa. Se los reprimirá para defender la ley y la Constitución, o sea para defender la propiedad privada de los que tienen mucha propiedad, de modo a que los que no tienen ninguna, agachen la cabeza, se resignen y mueran de inanición, tal como los esclavos en el antiguo Egipto.
La ciudadanía es un concepto que se refiere a una condición de las personas en estados modernos. Los esclavos del antiguo Paraguay reclaman hoy esa condición, pero los faraones del viejo Paraguay se la niegan. Se trata de perpetuar un modelo que produce riqueza para unos pocos y miseria para el resto.
En esta ecuación, los campesinos son más modernos que los dinosaurios acaparadores. Buscan lo imposible, buscan compartir el desarrollo
- Bienaventurados serán cuando los injurien y los persigan y digan con mentira toda clase de mal contra ustedes…” (Mateo, 5-11). ↑