Revista NOVAPOLIS N.º 4 – agosto 2003.
El triunfo del Partido Colorado, de nuevo, en las elecciones de abril pasado, ha dejado en claro varias características del sistema político paraguayo. Entre ellas, puede apuntarse que dicho sistema es medularmente resistente a los intentos de alternancia, lo cual equivale a decir que el Partido Colorado retiene su poder de convocatoria electoral más allá de los planteamientos doctrinarios, sean estos conservadores (como fueron las propuestas del PLRA y de Patria Querida) o progresistas. Muestra también las limitaciones políticas y estratégicas de la oposición, incapaz de aglutinar una masa suficientemente importante de electores, ya sea porque no ofrece alternativas, ya sea porque no es confiable. Los resultados de abril son asimismo elocuentes para calibrar la verdadera profundidad del voto, más como expresión de creencias, que como expresión de una opción política informada por parte del electorado paraguayo.
A poco más de un mes de haber asumido el control del gobierno, la administración Duarte Frutos ha dado pasos ciertos para cumplir algunas de sus promesas electorales. Ciertos sectores, sobre todo subalternos en la jerarquía administrativa, han sido afectados (controles ruteros, uso de espacios verdes en Ciudad del Este, etc.) y otras medidas, más radicales, esperan los plazos y procedimientos jurídicos necesarios (caso renovación de la Corte Suprema). No puede soslayarse, no obstante, un cierto grado de satisfacción o al menos de simpatía, por parte de la ciudadanía.
Satisfacción que debe ser inmediatamente relativizada. Por cierto, cambios más sustantivos para superar el pésimo período económico que vive el país desde hace años, no están siendo abordados en la dirección que presumiblemente debiera tomarse. El literal estado de cesación de pagos del fisco (tanto en cuanto al gasto social, como de la deuda interna y externa) está siendo abordado con medidas tradicionales de corte neoclásico, llámese: neoliberales. En este aspecto, la imperiosa necesidad de reducir la corrupción apunta básicamente al aumento de la recaudación, la desesperación financiera de las autoridades económicas se expresa en una actitud genuflexa ante los organismos multilaterales de crédito, que no significan sino empeorar las cosas para el mediano plazo. En suma, no se observa un cambio de sistema. Es el mismo, pero con menos corrupción y —sobre todo— mayor utilización de los impactos mediáticos.
Lo que resulta claro es que ni la administración Duarte Frutos sola, ni la ANR sola, podrán encarar satisfactoriamente el recrudecimiento del ajuste económico que parece cernirse —esta vez con mayor intensidad— sobre los algo más de dos millones y medio de pobres en el país. No lo podrán hacer solas, ni por la profundidad de las medidas de limpieza interna al sistema que deben tomarse, ni por las consecuencias sociales que la implementación de los ajustes desatará. La cruda constatación del presidente al día siguiente de la elección fue la de que tendrá una Cámara de Senadores con clara minoría de la ANR.
Surge así como primera prioridad del nicanorismo (enfrentado internamente en su partido a los argañistas y otras fracciones menores), la de construir a la brevedad posible un “consenso conservador” para los tiempos que se avecinan. Puesto de otra manera, la fracción del presidente se enfrenta a la necesidad de superar ambas crisis; la económica y la política que existen desde hace varios años entre los sectores hegemónicos, tratando de conformar una unidad de criterio político, no solo con la oposición, sino con otros sectores (principalmente empresariales) a fin de remontar la cuesta de las deudas y de las divisiones entre conservadores. La insistencia en la aprobación de una ley antiterrorista, las amenazas a los campesinos por bloqueos de caminos, la salida a la calle de los para paraí, serían ensayos para nuevas formas de autoritarismo.
Por el momento, el Sr. presidente se encuentra realizando lo que cree que debe; apariciones sorpresivas en instituciones sensibles a la opinión pública que le dan un cierto “yo no sé qué” progresista, su mismo discurso del 15 de agosto ante los mandatarios extranjeros, su origen popular reiterativamente exaltado, su no extracción stronista también reivindicada, etc., forman parte de aquel impacto mediático mencionado y que busca adhesión. Todo ello es, sin embargo, excesivamente cosmético, para ablandar, convencer, enternecer, o menos aún, exaltar, a un pueblo saturado de fastidio por los políticos a los cuales se ve obligado a votar quinquenio tras quinquenio.
En el contexto político paraguayo actual se ve como muy difícil que el presidente pueda desprenderse (o quiera desprenderse) del legado de poder que le vino dado, y que, a la postre, explica su candidatura dentro del coloradismo y su asunción misma a la presidencia. Es el legado de los verdaderos dueños del poder en el Paraguay, cuyos intereses necesariamente deberá respetar. En efecto, cuatro grupos (solo analíticamente distinguibles) se reparten ese poder: los latifundistas, el de los “empresaurios” (mafia blanca), el de la mafia pesada dedicada a la producción y negocio de la droga y, la Embajada norteamericana que defiende el patrimonio de las corporaciones multinacionales de origen norteamericanas, mayormente financieras y comerciales afincadas o por afincarse en el país. Esto es, Nicanor no se desprendió de ninguno de los grupos corruptos (pero habla contra ellos). Pactó con todos. Habría que preguntarse ¿cómo paga la factura?
Combatir la corrupción y sanear la administración pública supone afectar los intereses de estos cuatro grupos de dueños del país, que son quienes lo apoyaron electoralmente. Pero implica también algo más, y de mucho riesgo para quien pretenda hacerlo, supone desmontar la histórica relación de poder Partido/Estado. El observador menos avisado tiene, pues, derecho a preguntarse ¿contra quiénes encarará Duarte Frutos la lucha contra la corrupción?
El dilema no es menor, ya que si bien los poderosos tienen su apuesta hecha y sus alfiles en puestos políticos claves, las presiones que vienen de Washington no esperan, o por lo menos no esperan cuando encuentran interlocutores tan blandos como Borda, maleable y con poca “cancha” en esos avatares de lidiar con tiburones. La mayor recaudación es un imperativo para el equipo económico y aparentemente nada detendrá la promulgación de sucesivos paquetes con que intentarán ajustar el imponente déficit fiscal de casi el 3 % del PIB de una economía postrada.
Lo interesante de constatar en esta clara tensión entre la demanda interna de los grupos de poder y las exigencias del FMI, es que las propuestas neoliberales aparecen como directamente contradictorias con el pacto Partido/Estado corrupto. Los caminos a seguir por Duarte Frutos no están precisamente pavimentados.
Uno de esos senderos, el que se dibuja con alguna nitidez y que parece estar siendo ensayado por el gobierno, es el de intentar construir un proyecto para, y con la “burguesía honesta”. Las comillas expresan las resalvas sobre la existencia de la tal burguesía en el Paraguay, y sobre todo de su capacidad de construir un proyecto político de largo plazo. Pero en fin, la política de alianzas desplegada desde El Paraguayo Independiente y Ayolas, parece apuntar a apoyarse en los únicos grupos de algún poder económico (por cierto, muy inferior al de los otros cuatro grupos antes mencionados), que aparentan ser lo suficientemente modernos sin perder el conservadurismo.
Una obvia ventaja de este variopinto grupo (compuesto por opositores de derecha y socialdemócratas, empresarios, menonitas, técnicos formados en el extranjero, profesionales liberales, agricultores semiempresariales y otros) es que no está tan salpicado por hechos recordados de corrupción y que —en país de ciegos el tuerto es rey— proyectan una cierta imagen de ser “eficientes”.
Como se apuntó más arriba, la alianza con sectores extrapartidarios era necesaria por razones políticas, pero como puede intuirse, es también necesaria por razones económicas. En todo caso, la imagen de “eficiencia” es un ingrediente importante para el logro de ese mayor respaldo que Duarte Frutos y su equipo necesitan. Se encara así una reforma de algunas instituciones estatales (MAG, IPS), se eliminan costosos Consejos de entes públicos (lo que ya le está ocasionando no pocas deserciones de lealtad partidaria), se habla de capitalización de ciertos servicios y tercerización de otros. En suma, la idea de las privatizaciones sigue merodeando en el inconsciente colectivo de los conservadores y es la base del “consenso” antes aludido.
El peligro del populismo tardío (a lo Bucaram, Collor de Mello, Lucio Gutiérrez y otros) es que mientras se apela a él en lo discursivo se sigue cargando sobre el pueblo el costo de la crisis. Como quien dice: “a Dios rogando —ahora en la iglesia Raíces— y con el mazo dando”. Los anunciados aumentos de impuestos al gasoil, la apelación a la caridad de las dos binacionales para dotar de servicios básicos a entidades públicas, la reducción del gasto social anunciado, son medidas ejemplarizadoras: los contribuyentes rasos, aquellos a quienes afecta la estructura regresiva de los impuestos que existe en el país, ellos serán quienes pagarán el despilfarro de esta y las anteriores administraciones.
Así pues, el populismo del que está haciendo gala el novel presidente es una herramienta a la que se apela para contrarrestar las presiones antes aludidas con cierto respaldo popular. Debe tenerse en cuenta que el populismo no excluye el uso de la represión, a la que se podrá echar mano en caso de que las medidas disuasivas y el discurso efectista no resulten.
Este es el tercer elemento que explica la necesidad de aquel “consenso conservador”. El primero era político (consenso en las cámaras para la reforma del Estado), el segundo económico (para implementar las medidas de ajuste), este es social: tener consenso para asegurar el control social sobre las mayorías que serán golpeadas.
Este control social empezará con algo que ya lo estamos viendo; debilitar al movimiento social popular. El presidente Duarte Frutos se ha autodefinido como “el aliado natural de los movimientos populares”, tratando de anticiparse a la protesta y mostrándose él mismo, dispuesto a atender los reclamos, pero no es la presidencia la que debe atenderlos, sino la estructura administrativa existente para ello, para atender la demanda social. Duarte Frutos se erige así en el “resolvedor personal de los problemas sociales”.
El debilitamiento del movimiento popular, expresado por ahora en la sustitución de las organizaciones sociales por el fortalecimiento de la red de seccionales y subseccionales coloradas en todo el país (el plan es afiliar a 300 000 nuevos colorados en los dos primeros años de gobierno), preanuncia el continuismo del esquema clientelístico en la política doméstica. Quizás un ejemplo paradigmático de ellos sea que el ministro de Agricultura haya lanzado su programa agrario en el local de la Seccional Colorada N.º 24 de Asunción y no en un foro del que participen los futuros beneficiarios o afectados. En caso de que la ejecución partidizada de la política social no resulte, se prepara la utilización de la represión directa por vía de la criminalización de la lucha social (hay que recordar la “mano dura” prometida en la campaña electoral) y el apoyo al actual proyecto de ley antiterrorista, lápiz al que le están sacando la punta los ultraconservadores profesores de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional, antes de volver a ser presentada para su tratamiento al Parlamento.
Algunas reflexiones regionales y locales
Los precursores del neoliberalismo en el cono sur empiezan a actuar allá por 1973/76; son los Chicago boys de Pinochet y los artilugios de Martínez de Hoz en una Argentina destrozada. A ya casi 30 años de la implantación del modelo neoliberal no se puede decir que este está terminado, pero sí está debilitado y con pocas posibilidades de pasar a la ofensiva ante los pueblos latinoamericanos. Hay descreimiento hacia él. En América Latina, pero específicamente en el cono sur, ya nadie puede ganar una elección con un discurso neoliberal: ni Lula, ni Kirchner, ni Nicanor.
Pero hay otras trampas que se están preparando (piénsese en el caso argentino, con su presidente adoptando un discurso casi de izquierda y su vicepresidente y su ministro de economía renegociando y firmando acuerdos con el FMI) y por las que probablemente transitará Nicanor.
¿Qué queda del Lula sindicalista? Ciertamente, estamos en presencia de un reacomodo táctico del neoliberalismo, según el cual este renuncia a su discurso hueco, lo sustituye por uno “progresista”, sin embargo, sigue impertérrito implementando sus políticas. Puesto en términos casi grotescos, la idea es convertir a Lula, Kirchner, Nicanor (¿será que lo consiguen también con Tabaré Vázquez?) en Felipes González, o Tonies Blair sudamericanos.
El Paraguay de Nicanor no escapa a esta lógica. En mayo y junio del 2002 en nuestro país se le dio un golpe fuerte al neoliberalismo (derogación por presión popular de la ley de privatizaciones) y a los sectores privatistas. Acá tampoco Nicanor disponía del discurso neoliberal. Ahora ya tiene una invitación para visitar al sumo pontífice norteamericano el 26 de noviembre, cita para la cual probablemente deje la administración del país por tres días, para ser recibido durante 18 minutos (tiempo que Bush le dedicó a Kirchner). Los cortesanos de siempre están eufóricos por tal deferencia de Su Santidad George W. Al vicepresidente (casi tan conservador como sus pares argentino y brasileño) Castiglioni le da facultades importantes; relaciones con el Parlamento, manejo del tema energético, relaciones internacionales. La idea de Nicanor es —por ahora— preservar su imagen populista.
La mentira institucionalizada bajo la forma de doble discurso es la receta política del momento.
- Hay doble discurso cuando en el ámbito de las relaciones internacionales, Duarte Frutos adopta posturas progresistas, pero se sabe que no es ni una fuerza nueva ni diferente dentro del Partido Colorado. Frontera para afuera progresista, frontera para adentro, mano dura. Estaríamos ante la pieza de recambio del neoliberalismo para aparecer con otro rostro.
- Hay doble discurso cuando se declara aliado natural de los pobres, pero debilita al movimiento social y amenaza con represión a campesinos que demandan equidad.
- Hay doble discurso cuando manifiesta ser un defensor de la soberanía nacional, pero pacta y negocia con el FMI.
- Hay doble discurso cuando se declara un cruzado contra la corrupción, pero ataca solo los eslabones más débiles de la cadena de mando administrativa.
- Hay doble discurso cuando afirma que luchará contra la pobreza, pero descarga sobre el pueblo los costos del ajuste fiscal, o continúa con el modelo primario exportador con especialización productiva en el algodón y la soja, ahora transgénica.
En este contexto, hay unos cuantos paraguayos y paraguayas que están ilusionados con el nuevo presidente, hay una mayoría que está confundida, y hay una minoría dentro de la que me incluyo que está muy preocupada por el uso de piel de cordero por parte de algunos lobos.
El momento exige que cualquier atisbo de ilusión (psicológicamente necesaria para un pueblo desmoralizado) vaya acompañado de una mayor vigilancia del sentido crítico. Para ser más directo: la ilusión de algunos es inoportuna.