El marco expulsivo de la migración paraguaya. Migración interna y migración externa

Publicado en: Halpern, Gerardo (Comp) Migrantes. Perspectivas (críticas) en torno a los procesos migratorios del Paraguay. Asunción: Ápe Paraguay, octubre 2011

1. Introducción

Resulta confuso tratar de encontrar un patrón que caracterice los desplazamientos espaciales de la población que habitaba el territorio paraguayo hasta por lo menos la independencia del país en 1811, periodo que podría extenderse hasta la guerra contra la Triple Alianza. La ascendencia de los pueblos guaraníes en la región se había encargado de ignorar cultural y prácticamente los límites impuestos por la colonia y luego por las independencias nacionales. Esta “ausencia de límites” en un territorio culturalmente continuo parecería haber sido introyectada por los mestizos que sobrevivieron a la tragedia de la guerra, marcando el carácter fuertemente migratorio de la población paraguaya, que no era en realidad más que movimientos dentro de un único territorio. Obviamente, la guerra fue un hecho político que produjo inmediatamente, luego de su trágico desenlace, movimientos poblacionales desde y hacia el país.

2. El temprano contexto de la exclusión[1]:Malinche, todo para los extranjeros

En efecto, la población paraguaya después de esa guerra (18651870) quedó diezmada; de alrededor de 1.300.000 habitantes antes del conflicto, sobrevivieron aproximadamente 300.000. El Paraguay se encontró no solo ante una crisis poblacional, sino también política y económica. La primera década de posguerra se caracterizó por una serie de revueltas y cambios de gobernantes, todos ellos impuestos por los países ganadores de la contienda.

La primera medida adoptada por el Gobierno, amparado en la ley de 1872[2], para levantar la economía nacional fue la venta de las tierras públicas, que dio origen a los grandes latifundios. Por primera vez se pudo vender y comprar tierras “libremente” en el Paraguay. Asimismo, se dio la libertad de contratar trabajadores, elegir las profesiones y trasladarse de un lugar a otro.

El remanente de la población paraguaya —en su mayoría mujeres, niños y ancianos— no estuvo en condiciones para acceder a los beneficios suscritos en aquella ley. En realidad, fue una ley que impedía a la población campesina del país el acceso a la tierra; sin embargo, constituyó una atracción para los extranjeros que aprovecharon la oferta de tierras a precios ínfimos. Los grandes yerbales, la producción de petit grain[3] y la de tanino pasaron a manos de estos, quienes contrataron mano de obra paraguaya para la producción. Como la mayor ocupación laboral fue la elaboración de la yerba mate, trabajo discontinuo y estacional, la pequeña masa de paraguayos empezó a migrar temporalmente, al comienzo, dentro del territorio nacional para luego cruzar las fronteras. Los primeros países receptores de paraguayos fueron Argentina y Brasil. Durante el periodo 1870-1880, entre 4.000 y 5.000 personas (paraguayos, argentinos, bolivianos y brasileños), empleadas directamente en recolección y preparación de la yerba mate, circularon libremente en toda la región del Plata (Herken, 1984).

El desplazamiento espacial de la población campesina en el Paraguay, si bien respondía en lo inmediato a causas económicas, obedecía más que nada al temor a las revoluciones y a las persecuciones políticas, así como al servicio militar obligatorio, mecanismo normalmente utilizado para reclutar combatientes para las revueltas internas de carácter político. Recién con la ascensión al gobierno del general Bernardino Caballero (1880-1886), se llega a una relativa tranquilidad económica y social. Se fundan los primeros bancos, casi todos de origen extranjero, en su mayoría de capital inglés o argentino.

Debido a la escasa población del país, se inicia la promoción oficial respecto a la inmigración con vistas a la colonización agrícola. Las razones obedecen a una necesidad económica y a la estructuración de una división social del trabajo en el país, que permita el sustento de la oligarquía en el poder político (Herken, 1995). Precedida de una intensa campaña periodística en favor de la inmigración, fue promulgada la primera Ley de Inmigración y Colonización el 7 de junio de 1881. Esta ley autorizó al Poder Ejecutivo a establecer algunas colonias agrícolas con inmigrantes agricultores en tierras públicas o en propiedad de los particulares, no pobladas o cultivadas, aptas para la agricultura y ubicadas preferentemente sobre los ríos. Asimismo, reorganizó la Oficina de Inmigración, creada en 1872 como Departamento General de Inmigración, que debía promover la llegada de inmigrantes agricultores y atender la elección de los terrenos destinados a colonias. Finalmente, esta Oficina quedó adscrita al Ministerio de Relaciones Exteriores bajo el nombre de Departamento General de Inmigración, en 1888. Los beneficios a los que podían acogerse estos inmigrantes fueron importantes.

Sin embargo, los primeros intentos de atraer a extranjeros resultaron casi todos un fracaso, ya que la mayoría de ellos, al poco tiempo, salieron del país. A la vista de los resultados, en 1903, bajo la presidencia de Juan A. Escurra (1902-1904), se promulga una nueva Ley de Inmigración que deroga la anteriormente vigente de 1881. No obstante, los esfuerzos por atraer migrantes, principalmente de origen europeo, no prosperan.

Mientras tanto, la región sur del Paraguay, que se hallaba en un total despoblamiento, comenzó a nutrirse con inmigrantes provenientes de la provincia argentina de Corrientes. Según los Anuarios Estadísticos del Paraguay, entre 1880 y 1889 ingresaron 4.895 argentinos, y en menor proporción ingresaron los de otros países americanos, teniendo en cuenta que solo vinieron 530 brasileños y 198 uruguayos. En el mismo periodo ingresaron un total de 2.078 europeos y en una ínfima cantidad, los orientales, que sumaron 73. En todo caso, la recepción de inmigrantes en el país resulta irrelevante ante la que tuvieron Argentina, Brasil y Uruguay (Zacarías Arza, 1954).

Al comenzar el siglo pasado, las turbulencias políticas se agudizan. En 1904, una violenta revuelta sume al país en permanente inestabilidad; suben los “liberales” (expulsando a los “colorados” del gobierno) y el presidente que asume, Cecilio Báez (19051906), vuelve a optar por la inmigración europea, dado el desastroso estado económico del país.

El carácter eminentemente político de la emigración paraguaya al exterior ya era claramente percibido por los analistas de la época: la situación política durante los primeros años del siglo XX quedó marcada en la memoria de Saturnino Ferreira (1986: 84, 253) con las siguientes palabras: “Va casi medio siglo que vivimos la tragedia de las deportaciones y confinamientos. Antes de 1904 no se conocían esos procedimientos bárbaros, que tuvieron sus periodos de violencia en 1908, 1912 y 1922, provocando la emigración de 300.000 paraguayos […]”. Sin embargo, los sucesivos gobiernos nacionales insistieron en suscitar la venida de extranjeros, por lo que seguían expropiando tierras para fundar nuevas colonias de europeos.

La inmigración europea, sin embargo, aumentó con el inicio de la Primera Guerra Mundial (1914). Los gobiernos de la época esperaban de ellos sostenibilidad económica y moral. No obstante, según otra fuente (Archivo del Liberalismo, 1987), los cargos superiores de la Oficina de Inmigración fueron suprimidos a través de la Ley General de Presupuesto para el año 1915. Se creó la Sección de Protocolo y la de Colonización, Inmigración y Propaganda, que fue separada de la sección Consular. La inmigración sufrió una baja a causa de que los principales países expulsores, que hasta el momento habían dado mayor cantidad de inmigrantes, cerraron sus puertas a la salida de estos.

Durante el gobierno de Eduardo Schaerer (1919-1920), un número importante de paraguayos fueron repatriados, inspirados en las facilidades que se ofrecieron con las promesas de la repartición de tierras para el cultivo, a pesar de los aspectos negativos que les esperaban: falta de infraestructura vial y un mercado poco propicio para la comercialización de los productos.

En noviembre de 1919 se firmó el Tratado de Comercio Paraguay-Japón, que estableció que los ciudadanos de ambos países pueden poseer propiedades y gozar de los mismos privilegios. Los ciudadanos paraguayos serían tratados en tierras japonesas igual que los nativos de aquella tierra. En febrero de 1925 se firmó un decreto ley que promovía la inmigración japonesa, la cual recién se concreta en 1936, con la masiva inmigración proveniente de ese país con fines exclusivos de colonización agrícola y la exportación de los productos al Japón (Pastore, 1972).

En 1921 llegaron a instalarse los primeros inmigrantes menonitas[4], que se sucedieron año tras año hasta 1948, apoyados por la Ley N.º 514 (Ratzlaff, 1993), que les llenó de privilegios y beneficios. Con el inicio de la inmigración menonita en el Chaco, llegó también un grupo considerable de austriacos, al que siguieron otros.

A partir de 1930-1931, se produjeron los aprestos militares y civiles finales que llevarían a la declaración de la guerra con Bolivia en 1932. Durante esa década, y en particular durante los años de la confrontación (1932-1935), el flujo de inmigrantes no cesa[5]. En efecto, a partir de 1935 la entrada de inmigrantes se incrementa sostenidamente hasta 1938-1939. Este hecho puede estar sugiriendo que la guerra en sí no constituyó un impedimento para la migración y que, por el contrario, pudieron haberse hecho intentos adicionales para cubrir las necesidades emergentes propias de la misma y la escasez relativa de mano de obra masculina en edad activa.

Una nueva Ley de Inmigración[6] se promulgó el 29 de marzo de 1937, la cual seleccionaba a los inmigrantes según las profesiones. Estos fueron diferenciados entre inmigrantes privilegiados (agricultores, artesanos e industriales) y no privilegiados (profesiones liberales, comerciantes, empleados y obreros no calificados).

En 1947, otro estallido político interno, al cual nos referiremos más adelante, llegó a concretarse en una guerra civil. Este conflicto fue motivo para que miles de paraguayos emigraran a los países vecinos, mientras que la inmigración disminuyó durante algunos años.

El cuadro de la página anterior presenta el panorama general que ha podido extraerse sobre los volúmenes de la inmigración al país. Puede observarse que hasta 10 años luego de concluida la Guerra contra la Triple Alianza, el país no registra (o no se tienen registros de) inmigración alguna, a excepción de un grupo de ingleses, los verdaderos vencedores de aquella guerra colonialista y genocida.

Como puede apreciarse, los volúmenes, en los 90 años considerados, tienen grandes oscilaciones, parte de las cuales podrían atribuirse a la baja calidad de la información disponible, o bien podrían ser el reflejo del azaroso periodo económico y político en el cual tuvieron influencia dos guerras internacionales y una guerra civil.

A partir de la década de los sesenta del siglo pasado, los patrones inmigratorios sufren modificaciones. En efecto, la proporción de población de extranjeros residiendo en el Paraguay aumentó de manera sostenida entre la década del sesenta y la del noventa para luego estabilizarse. Estos datos, sin embargo, deben ser asumidos con cautela, ya que existe un importante subregistro debido, principalmente, a la alta proporción de migrantes indocumentados o que residen en el país con visa de turista. Esta situación es particularmente válida para la migración de países limítrofes que, en el 2002, seguía siendo la más importante[7].

Quizás el hecho más llamativo es el rápido aumento de inmigrantes brasileños en las décadas del setenta y del noventa (que llegan a representar el 57 % de todos los inmigrantes), y el descenso posterior de migrantes de ese país en el último periodo intercensal, periodo en el que se cierra la frontera agrícola paraguaya (agotamiento de las tierras fiscales). Nótese, asimismo, el importante aumento registrado en ese último periodo de la inmigración de argentinos, coincidente con la crisis económica de ese país en 2001. En el cuadro de abajo se resume la información disponible.

3. Las otras formas de exclusión o el Paraguay fuera del Paraguay

El Paraguay, al tiempo que llamó a la inmigración (sobre todo europea), y a pesar de su escasa población, también expulsó a sus propios habitantes a países vecinos desde fines del siglo pasado en forma alarmante. La venta de las tierras públicas, así como motivó la inmigración, también causó la emigración de miles de campesinos desposeídos cuyo único medio de vida era la agricultura. En 1881, la emigración ya era considerada un mal paraguayo de antigua data que se trató de corregir ofreciendo pasajes gratuitos a todos los ciudadanos que desearan regresar al país. Esto es, los esbozos de un programa de repatriación.

Los motivos de la emigración fueron principalmente políticos, pero también la desigualdad social, empezando por la ausencia de una distribución equitativa de las tierras y de los productos, la falta de trabajo y los profundos trastornos financieros, entre otros. Pero el temor a las represiones políticas, sobre todo en los albores del siglo pasado y hasta concluido el régimen de Stroessner en 1989, jugó un rol preponderante en el éxodo paraguayo.

Desde sus comienzos, la emigración tuvo como destino principal la Argentina. Según Zacarías Arza (1954), las cifras reportadas para la primera mitad de siglo XX son muy variables y poco confiables, pues varían entre 40.000 para Genaro Romero (1914), 20.000 para Teodosio González y 200.000 emigrantes para J. Natalicio González.

Durante los primeros años, los paraguayos se instalaron en las provincias de Formosa, Misiones, Corrientes, Chaco y Entre Ríos. Los paraguayos emigraron “en busca de labores que podían ofrecerles una vida mejor”, pero lo que en realidad encontraron no siempre fueron condiciones de vida digna para ellos. “Al presidente (González Navero, 1908-1910) le preocupaba la excesiva facilidad con que son contratados brazos en nuestro país para ser llevados al exterior a dedicarse a industrias peligrosas en regiones malsanas y lejos de todo centro de población civilizada” (Archivo del Liberalismo, 1987). Puede notarse el carácter claramente subalterno de los mercados laborales hacia los que emigraban estos compatriotas.

Según el Censo Nacional de la Argentina, en 1895 había 14.562 paraguayos en dicho país. El 48 % del total de paraguayos residentes en la Argentina se distribuían en las provincias de Misiones con 5.962, Formosa 1.766 y Chaco con 777. Se destacó la cantidad elevada de los varones con relación a las mujeres (Pérez Acosta, 1952). En 1914, en otro censo de la Argentina, se registró la residencia de 28.049 paraguayos, casi el doble con respecto a 1895; de esta cantidad están excluidos los descendientes. Este documento reveló la baja posición económica de los paraguayos, quienes no poseían ningún tipo de bien. En 1947 la población paraguaya en la Argentina aumentó a 93.248.

Las razones históricas principales de esta migración deben atribuirse a los problemas políticos que azotaron al Paraguay durante todo el siglo pasado. A un año de haber terminado la guerra contra Bolivia, se produjo una oleada de desterrados, a consecuencia del golpe de Estado de febrero de 1936 encabezado por el coronel Rafael Franco, quien destituyó al presidente Eusebio Ayala. El gobierno provisorio recién instalado, preocupado por la situación económica y social del país, realizó un estudio para estimular la repatriación de connacionales. Para este propósito adquirió en Villa Hayes un total de 89.928 ha. Esta fue la primera consecuencia del estudio de repatriación realizado en 1938 (Archivos del Liberalismo, 1987).

En años posteriores se produjo otra oleada de emigrantes paraguayos, especialmente entre 1941 y 1946, durante la dictadura de Higinio Morínigo. No menos de 50.000 paraguayos se vieron obligados a abandonar el territorio nacional (Pastore, 1972), aunque solo se dispone de la cifra de los residentes en las provincias de Misiones, Chaco y Formosa, donde se encontraban 157.385 paraguayos.

Los emigrantes paraguayos ascendían a 200.000 en la Argentina antes de la revolución de 1947 (marzo-agosto), éxodo que fue verdaderamente extraordinario, de proporciones jamás vistas, tanto por su cantidad como por su duración (Pérez Acosta, 1952). En efecto, en esa fecha estalló la guerra civil, que duró 4 meses y que provocó la fuga de miles de paraguayos que temieron a la terrible represión de parte del Gobierno, vencedor de esa gran disputa fratricida. Efraín Cardozo señala que el éxodo de los opositores al régimen triunfante fue elevado a cerca de 400.000 paraguayos en los territorios limítrofes con el Paraguay.

El mayor porcentaje de emigración a la Argentina se produjo entre 1947 y 1960. Hasta la década del cincuenta, la principal emigración de paraguayos no era definitiva o permanente. Es recién a partir de la década del 60 cuando este flujo tiende a fijar residencia en el país de destino; en esa década, un 23,7 % del total de paraguayos viviendo en ese país decidieron adoptar la nacionalidad argentina. Un análisis adicional de la migración paraguaya a la Argentina acá es innecesario, toda vez que el lector puede recurrir al trabajo de Halpern (2009), en el que encontrará un minucioso y documentado tratamiento del tema.

La emigración hacia el Brasil, aunque en menor cantidad en comparación con la Argentina, también se inició inmediatamente después de la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870). Los paraguayos emigrados se ubicaron primeramente en las zonas rurales, sobre todo en el estado de Matto Grosso. A partir de 1950, la emigración se diversifica hacia las grandes metrópolis, en especial San Pablo. Según los Censos del Brasil, en 1920 se registraron 17.329 paraguayos en aquel país; en 1950, eran 14.762 (OIM, 1991). Esa emigración continuó hasta situarse en torno a los 40.000 a comienzos de este siglo, según datos informalmente aportados por el Servicio Pastoral de los Migrantes de San Pablo.

Más recientemente, esto es, a la vuelta del siglo actual, se inicia y consolida una importante corriente emigratoria hacia Europa, principalmente España. Según Espíndola (2010), hacia 2007 la cantidad de paraguayos en ese país era casi de 50.000 personas, aunque fuentes periodísticas hacían llegar esa cifra a poco menos que el doble. Lo cierto es que a partir de la crisis de 2008 ese flujo empieza a retornar.

4. La migración constante: el deambular interno de la población

Históricamente, la migración interna, tanto la rural-rural como la rural-urbana, se inició conjuntamente con la inmigración y la emigración. Alrededor de 1883 —según Pastore (1972)—, la población rural buscaba refugio en la ciudad como consecuencia de la venta de las tierras públicas y el alambramiento de los campos iniciados ese año.

Para las capas campesinas que fueron desarraigadas, la ciudad presentaba factores de atracción. Por otra parte, la realidad rural presentaba sus desventajas para la sola sobrevivencia. E. Ayala (1996) había dicho: “El desequilibrio de la economía agraria ha dotado a la clase agrícola de la movilidad y flexibilidad propia de la clase asalariada, sin posesiones estables, la ha divorciado del suelo, ella ha decretado la movilización rural”. Otra causa del abandono de la tierra campesina era —según Ayala— el alto número de hijos en cada familia, a quienes al resultarles insuficiente la tierra disponible para sus trabajos agrícolas, no encontraban otra alternativa que buscar refugio en las ciudades en donde, por falta de capacitación, no podían acceder a un trabajo mejor remunerado.

A partir de comienzos de la década de los años setenta, el patrón habitual de movilidad interna de la población, que estaba principalmente caracterizado por los desplazamientos rurales/rurales para la ocupación de la frontera agrícola, fue cambiando. En efecto, desde que asume Stroessner en 1954, su gobierno empieza a implementar programas de colonización, tanto hacia el Eje Este dirigido hacia lo que luego sería Ciudad Pdte. Stroessner (hoy Ciudad del Este) y hacia el Eje Norte de la Región Oriental. Ambos programas se hicieron con un criterio eminentemente político, tratando de poblar áreas hasta entonces más o menos vacías de población paraguaya (no así de indígenas, que empezaron a sufrir una sistemática agresión y expulsión de sus tierras). La inspiración de estos programas venía de la doctrina de seguridad nacional y estaba basada en la escuela brasileña de Goldebry de Couto e Silva. Stroessner, fiel discípulo de aquel, ubicó en los puntos clave de esos ejes de colonización a campesinos de su estricta confianza, que, por otro lado, provenían en su mayoría de los minifundios de la región central del país, que en 1947 (apenas siete años antes) habían ayudado a la fracción de los colorados que apoyaba Stroessner en la guerra civil de ese año. Estos programas de desconcentración poblacional de zonas minifundiarias tuvieron así una impronta eminentemente política. Desde luego, los campesinos de la oposición no tenían cabida en este programa de repartición de tierra, lo cual, considerando el periodo económico recesivo que caracterizó a toda la década de los años sesenta, favoreció la emigración de esta mano de obra que quedaba excluida del acceso a la tierra.

A partir de los primeros años de la década siguiente, se dan cambios productivos de importancia que modifican este patrón migratorio interno. El auge de los precios internacionales del algodón, así como los precios internos, insertan a la familia campesina de manera rápida y desigual a un mercado en esencia oligopsónico, el de las agroexportadoras. El simultáneo aumento de los precios de la soja a su vez estimula —entre otros factores— la migración masiva de brasileños que pasan a ocupar las mejores tierras de la margen derecha del río Alto Paraná. El encarecimiento del precio de las tierras y el prematuro cierre de la frontera agrícola (o “tierras sin dueño”) crean condiciones aún más difíciles para el campesinado. Sumado esto a la iniciación de las obras civiles de la represa de Itaipú y al flujo de capitales que dicha obra atrajo, la migración interna empieza a adoptar la dirección rural/urbana.

El Censo del año 1982 registra por primera vez el importante descenso relativo de la población paraguaya que habita en áreas rurales (de 63 % en 1972 a en 1982, a 49.7 % en 1992 y a 43 % en 2002). Estas cifras reflejan el éxodo migratorio interno a las ciudades del país.

La migración interna (rural/urbana) se vuelve conspicua en las últimas décadas. Morínigo (2005) toma como ejemplos los distritos de Saltos del Guairá y Gral. Francisco Álvarez, afirmando que en el año 1992 Salto del Guairá tenía 11.246 habitantes, y en 2002 se redujo a 1.352; y el distrito de Francisco Álvarez tenía 21.644 en 1992 y en 2002 se redujo a 619. Ocurre lo mismo en Alto Paraná: en Minga Porá se pasó de 11.000 pobladores a 9.000. De acuerdo a este autor, esta migración se da por la falta de trabajo que enfrentan los jóvenes, hecho que se contrapone con el argumento de que el modelo productivo de la soja genera empleos. Ante esta problemática, los jóvenes migran a las ciudades, donde a su vez nuevamente se enfrentan a la falta de puestos de trabajo (Morínigo, 2005).

A partir del ciclo agrícola 1999/2000, el cultivo de la soja transgénica introducida vía contrabando al país se expande rápidamente. Si en los 27 años anteriores se había llegado al millón de hectáreas, al cabo de 10 años, en 2010, se había expandido hasta 2,6 millones de hectáreas. Buena parte de esa expansión se hizo sobre tierras campesinas. Así pues, en esta última década aumenta rápidamente el número de “desplazados” por el modelo agroexportador, en gran parte pequeños campesinos, los que en su mayoría se refugian en “ciudades” que, en la práctica, son realmente tugurios. Otros, los menos, optan por la emigración.

La cuestión de la expulsión del campesino de su comunidad de origen y su posterior desplazamiento a las ciudades debe entenderse como la consecuencia extrema más visible del complejo proceso de degradación de condiciones de vida. Este proceso está provocado por la expansión del modelo de monocultivos orientados a la exportación, fundamentalmente de soja, y el apoyo político que recibe de las autoridades de turno. Así, los emigrados deben ser considerados como desplazados, ya que en una gran proporción estos movimientos poblacionales no tienen ninguna relación con lo que se suele denominar migración voluntaria y responden en mayor grado a un proceso de migración forzosa[8].

Existe sobre este punto, de parte del Gobierno, una estrategia de negación y silenciamiento de la situación de violencia generalizada que se vive en el campo, y que tiene como principales víctimas a las familias campesinas paraguayas afectadas directa o indirectamente por el modelo agroexportador de monocultivo de soja. A través de fumigaciones indiscriminadas, presiones y otros actos de violencia por parte de grandes productores, capataces, fiscales, policías, funcionarios del Instituto Nacional de Desarrollo Rural y de la Tierra (Indert), paramilitares y demás agentes implicados en el conflicto, que tiene como consecuencia extrema el desplazamiento de estas familias.

5. En brevísimo resumen

No es común en América Latina que un país tenga más del 10 % de su población nativa viviendo fuera del país y, a la vez, que más del 10 % de su población actual no haya nacido en el país. Se puede dar una de las situaciones, o la otra, pero las dos juntas no son frecuentes.

Un país de fronteras demográficas abiertas se lo llamó alguna vez. Muy abiertas diría yo. La razón es muy clara: el descompromiso y hasta la agresión de sus gobernantes contra su pueblo, la mediocridad y el fanatismo político, la hiperconcentración de recursos generadora de una pobreza ancestral de las mayorías, la ausencia casi completa de una racionalidad anclada en el bien común y dirigida a fuerza de represión y violencia hacia el bien propio o corporativo. Ahí están las raíces del éxodo paraguayo y de la entrega del mejor territorio y recursos de nuestra tierra a intereses que nada tienen que ver con la reivindicación de lo paraguayo.

Bibliografía

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Zacarías Arza, E. 1954 El extranjero, ¿es factor positivo en el Paraguay? Asunción: Editorial Efi l.

  1. Este apartado se basa en el trabajo de Fischer y otros (1997).
  2. La ley del 9 de febrero de 1872 autorizó al Poder Ejecutivo a establecer la Oficina de Inmigración.
  3. Esencia oleaginosa extraída de la hoja de la naranja agria.
  4. Si bien algunas fuentes indican que el primer ingreso de menonitas se dio en 1921, otras indican que estos empiezan a colonizar (e ingresan) al Chaco en 1927 (Archivo del Liberalismo, 1987).
  5. Sin embargo, en 1930 la vialidad seguía siendo una dificultad para la internación del inmigrante y para la circulación de los productos agrarios que, además, se encontraban ante un pequeño mercado interno y sin demanda exterior (Pidoux, 1975).
  6. Esta ley, así como la propia composición de los principales grupos inmigrantes, menonitas, polacos y japoneses, eminentemente agrarios, obraron en la dirección deseada por el Gobierno, permitiendo al fin el ingreso de los esperados agricultores (Pidoux, 1975).
  7. Las estimaciones que maneja la Pastoral Social de la Iglesia Católica, así como la propia Cancillería brasileña, por ejemplo, triplican el número de brasileños residiendo en el Paraguay con respecto a los nacionales de ese país registrados en el Censo paraguayo de 1992. Si se toman en cuenta estas estimaciones, la cantidad de extranjeros residiendo en el Paraguay representaría —en ese año— aproximadamente el 10 % de la población total del país.
  8. Estas ideas han sido extraídas en su casi totalidad del trabajo de Palau et al. (2007) Refugiados del modelo agroexportador.