Diario Última Hora, marzo 2010.
Un plan es una intención o un proyecto. Es un modelo sistemático que se elabora antes de realizar una acción con el objetivo de dirigirla y encauzarla. En este sentido, un plan es también un escrito que precisa los detalles necesarios para realizar una obra.
Puede afirmarse sin mucho margen de error que un Plan en sí mismo, no es ni bueno ni malo. Su calidad en todo caso dependerá de sus objetivos, pero casi siempre en estos todos estamos de acuerdo. Es lo que sucede con “Paraguay para Todos y Todas. Propuesta para el Desarrollo Socioeconómico con equidad, igualdad y universalidad. Propuesta de Política Pública para el Desarrollo Social 2010-2020” presentado por el gobierno a comienzos de semana.
La “bondad” de un Plan está en relación directa a la ejecución de las tareas que planificó. Un Plan que no se ejecuta es un documento que suele parar en los estantes de la oficina de quien lo elaboró. La “bondad” de un Plan depende también de si se dan o no las condiciones para que se ejecute. Entre esas condiciones hay tres de la mayor importancia: tener el financiamiento para ejecutarlo, contar con personas idóneas que lo implementen y garantizar la transparencia en su realización (o sea, que no haya corrupción). Un buen plan no ejecutado o mal ejecutado termina siendo un mal plan. Un mal plan bien ejecutado termina siendo un buen plan.
Por la escasez de espacio me remito solo a las metas para el 2013 presentadas en la propuesta del Gobierno. Por cierto, cumple el primer requisito, o sea, las metas que se propone son altamente deseables. Quién estaría en desacuerdo, por ejemplo, en: aumentar la cobertura de los servicios de salud o reducir las tasas de mortalidad materna e infantil; o reducir el analfabetismo y aumentar la tasa bruta de educación; o mejorar los servicios de agua, saneamiento, identificación civil y seguridad alimentaria; o disminuir la cantidad de niños de la calle y dar tierra a los indígenas; o reducir la pobreza, la desocupación; o empezar a implementar acciones en la línea de la reforma agraria. Hasta los más obsecuentes defensores del neoliberalismo darían su nihil obstat a un programa que tiene estas metas. Los peros empiezan cuando se examinan las condiciones para implementarlo. ¿Será suficiente lo que Dionisio Borda aporte para hacerlo viable, o lo que aporte Itaipú o Yacyretá, o habrá que tomar más endeudamiento externo, o se aprobará el IRP para tener nuevas fuentes, o (harán lo mismo que Pepe Mujica) se usará una parte de las reservas internacionales para promover el desarrollo nacional? No está claro.
En color sepia están también, quiénes implementarán un Plan tan completo, tan inter institucionalmente entramado, que requiere de una fuerte centralización para que se pueda hacer una eficiente fiscalización y seguimiento del cronograma estipulado. ¿Habrá suficientes personas idóneas?, ¿suficientes personas comprometidas con el país?, ¿suficiente dosis de patriotismo en sus unidades ejecutoras?
Y por último, pero no menos importante, ¿cómo se filtrarán los actos de corrupción que endémica y crónicamente afectan a la administración pública y a la ejecución de proyectos? Porque… las cabezas pueden ser buenas, pero la herencia de los 60 años sigue en los mandos medios e inferiores (suponiendo beatitud en todos los funcionarios altos del actual gobierno).