Diario La Nación, 10 de julio de 2004.
“Es entendible que quienes padecen hambre consideren las palabras que se pronuncian en estos ámbitos como objetos suntuarios, porque las palabras no se comen. Cuando una persona está en situación de exigencia, su largo plazo está dado por cómo conseguir el almuerzo”.
Canciller argentino Rafael Bielsa en la última Asamblea de la OEA
Algunos líderes de opinión, amplios sectores de la opinión pública, incluso algunos sectores de la prensa (que no es poco decir), parecen ya estar convencidos del nexo, del vínculo directo que existe entre la pobreza y la delincuencia, entre la pobreza y la violencia.
Entre la producción de pobreza y la fundación de un orden social paralelo en el que vive un montón de ciudadanos y que se rige por una racionalidad propia hay una relación directa. Existe una forma de vida paralela a la nuestra consolidada como un orden social; es el país de los chicos de la calle, el de los presos sociales, el de los llamados locos, el país de los mendigos, el de los drogadictos, el de los alcohólicos, el de los desempleados, el de las mujeres desempleadas jefas de hogar, el país de los indígenas, de los enfermos, de los analfabetos. Hablamos de casi la mitad de la población paraguaya.
Realmente es un mérito del pueblo paraguayo que haya tan pocos delincuentes en el país, que haya tan poca violencia, que hasta ahora hayan sido asesinados, tan pocos estudiantes, que hayan sido violadas, tan pocas criaturas, que haya tan pocos suicidios.
Ese orden social paralelo al de la sociedad “normal” existe desde hace mucho tiempo. Algunos no se dan cuenta, pero es el orden social producto de la exclusión. Es la población que acumuló todos los factores de riesgo social posible y que, por fin, se han salido casi por completo del sistema.
Muy bien, estamos empezando a entender que ese orden social, del que proviene parte de la delincuencia y parte de la violencia (la de los evasores, la de los corruptos, es otra, esa proviene de gente muy bien “incluida”), es producto de la pobreza. Ahora tenemos que dar un paso conceptual más para empezar a encarar atisbos de solución al problema. Tenemos que tener la capacidad de entender de qué es producto la pobreza.
Y para esto no hay que hacer un gran esfuerzo analítico: de la corrupción y de las políticas económicas.
La corrupción es hoy patrimonio, no digamos exclusivo, pero casi exclusivo de los políticos. Si no hubiera políticos corruptos, es difícil que existan burócratas o administradores públicos que lo sean. La corrupción pudre el cuerpo social hasta el mismo caracú. Y no solamente lo pudre, sino que además lo seca, le saca los recursos económicos —como quien dice, la sangre para que ese cuerpo pueda moverse. Es el vaciamiento de los recursos públicos el que finalmente contribuirá a reducir a un mínimo intolerable el cumplimiento de las obligaciones sociales de todo Estado para con sus ciudadanos. La corrupción, así, produce pobreza.
Las políticas económicas, que dependen también de los políticos, son a su vez complejas maquinarias instaladas en las fábricas de producción de pobres que somos hoy los países subdesarrollados que adoptaron el neoliberalismo. No se dice que el neoliberalismo es el único factor que produce pobreza, no, porque ya éramos pobres antes de que se empiecen a implementar estas políticas, pero ni éramos tan pobres, ni éramos tan obsecuentemente obedientes del FMI. Ya otros factores que concentran riquezas y recursos productivos se habían encargado de empobrecer al pueblo, en nuestro caso, el poder político de la oligarquía terrateniente. Sobre esa base vino el neoliberalismo.
Apreciemos la impactante combinación de instrumentos de política económica que vienen siendo aplicados:
- Hay un manejo exclusivamente monetario (no productivo) de la economía del país.
- Se apuesta a un modelo productivo primario exportador basado en el monocultivo de la soja transgénica, que es totalmente dependiente de importaciones y que prácticamente no utiliza mano de obra, además de ser medioambientalmente perverso.
- Se inyecta constantemente presión tributaria de tipo regresivo (los pobres pagan lo mismo que los ricos).
- Se acepta acríticamente (sin la auditoría que Duarte Frutos había prometido en su campaña) la deuda externa y se sigue contratando nuevos préstamos.
- No se estimula el ahorro interno.
- Se sigue intentando privatizar las empresas públicas más rentables.
- No se elabora una política energética razonable.
No vale la pena seguir con este rosario de sinsentidos. Lo que importa es señalar que con esta política vamos directamente al precipicio social, arrastrando a cada vez mayor porcentaje de la población a la pobreza y a la indigencia.
Juntando así la corrupción, la concentración latifundista y las políticas económicas neoliberales, este gobierno, como los que lo precedieron, crean ese orden social paralelo que es cada vez más grande, más numeroso: el de los excluidos, ese lugar donde la humanidad pierde su identidad.
Estamos de acuerdo con que la violencia delincuencial es irracional, pero más irracional es la conducta de los políticos que la promueven por vía del aumento de la pobreza, de la exclusión.