Prólogo en Canese, Ricardo, 2009. “La recuperación de la soberanía hidroeléctrica del Paraguay. En el marco de políticas de Estado de energía”.
Este libro[1] no tiene palabras demás, no tiene ideas demás. Es —entre muchos temas abordados un compendio político de la política de entreguismo de los gobiernos que, incluyendo al de Stroessner, se sucedieron desde entonces. Ricardo Canese lo dice sin tapujos: “nuestras elites gubernamentales canjean en forma perversa la soberanía hidroeléctrica nacional a cambio de negociados y apoyos políticos suministrados por las elites dominantes de nuestros vecinos más poderosos”. Como principal riqueza nacional, es la principal fuente de enriquecimiento de los políticos corruptos.
El primer capítulo resume, en pocas páginas, todo lo que un lector, especializado o no, haya podido leer durante un buen tiempo sobre un porvenir documentadamente anunciado acerca del fin de la era del petróleo. Aunque no es solamente eso. Tiene hasta una utilidad didáctica, es una verdadera historia de la energía en el mundo. Resumida, concreta, hasta se podría decir de lectura amena y coloquial, agradable, si no fuera por el final poco feliz que nos aguarda.
Echa por tierra las frívolas disquisiciones sobre las fuentes de energía alternativa y va directamente al grano: el modelo civilizatorio que ha construido el capitalismo central es inviable a corto plazo (en plazos históricos) por su patrón de consumo energético. El problema no es que falte o vaya a faltar energía, el problema es la sociedad de consumo. Este patrón de consumo desperdicia energía hasta tal punto, que en pocos años más, 15, quizás 20, solo tendrían acceso a la energía los que puedan pagarla a precios que —con suerte— solo un 15 % o 20 % de la humanidad podría hacerlo. No es difícil imaginar cómo el restante 80 % irá a vivir.
De las fuentes alternativas de energía, la única de relevancia para el país es la de los biocombustibles. No porque vaya a solucionar el problema energético mundial, sino porque en algunos años puede sustituir la importación de hidrocarburos y puede dejar un remanente para la exportación. Canese se cuida muy bien de no incluir a la soja[2] como fuente de biodiesel, aunque sí al mbokajá y a las grasas animales que hoy se desperdician como materias primas principales. El etanol extraído de la caña de azúcar sería también rentable, aunque —como sabemos— el monocultivo de caña de azúcar es igualmente pernicioso para el país, como el de la soja.
En el segundo capítulo del libro, el autor hace un repaso sucinto de la situación energética de los países de la subregión del MERCOSUR, y llega a una conclusión del máximo interés para nuestro país; solo Bolivia y Paraguay (y más al norte Venezuela) tienen un saldo energético neto positivo, lo que los convierte en potencialmente privilegiados para entablar negociaciones favorables para los intereses nacionales. Se remarca, una y varias veces, que Bolivia ya empezó a hacerlo y que nosotros (bueno, los que nos gobiernan) somos —como siempre— los “olvidadizos” en materia de defensa de soberanía. Canese encuentra que esto es inexcusable. Se trata simplemente de una claudicación política, explicable solo por la avidez de lucro particular de los negociadores, o sea, de los políticos.
Si todo lo anterior nos ubica en el contexto mundial y regional, el próximo capítulo aborda el objetivo fundamental de este libro; volver accesible el debate energético a todos los interesados, y en particular presentar cuáles son las Políticas de Estado más convenientes en materia energética para el Paraguay. Dentro de ese objetivo fundamental, el núcleo del problema es la recuperación de la soberanía hidroeléctrica nacional.
Su razonamiento es contundente. “La humanidad ya nunca dispondrá de energía tan barata como la que tuvo en el siglo XX, por consiguiente, las energías, renovables o no, que también son baratas, como la energía hidroeléctrica ya aprovechada (la energía de Itaipú y Yacyretá) serán cada vez más valiosas”. De ser así, el Paraguay podrá dar un salto cualitativo en calidad de vida, desarrollando una política energética acorde a sus intereses y necesidades, “salvo que exista todo un plan de despojo de estos beneficios, como es lo que ocurre, lamentablemente”.
Nos advierte Canese que Brasil y Argentina son importadores netos de gas natural (GN) y electricidad, razón por la cual esto debe tenerse muy en cuenta a la hora de elaborar Políticas de Estado en materia energética. No hay por qué regalarle a Brasil energía a un valor mucho menor al del mercado, lo mismo ocurre con Argentina, obligada hoy a importar grandes cantidades de GN y a mayor precio que el que lo venía haciendo, de Bolivia. Es así obvio que “el Paraguay debe reivindicar un precio justo por su energía hidroeléctrica, tal como Bolivia está alcanzando en relación a su gas (si bien aún por debajo de los precios de mercado)”.
Pensando con la lógica del bien común hay muchos sin sentidos que hacen que estemos como estamos. Siendo un país pródigo en producción de alimentos, estamos exportando forraje e importando hasta tallarines; estando sobre el acuífero Guaraní, tenemos una de las menores coberturas de agua potable en América Latina y casi no existe el riego agrícola; produciendo energía eléctrica como producimos, importamos hasta US$ 800 millones de combustibles fósiles al año. Con este cúmulo de insensateces tenemos nomás que ser pobres y mendicantes, no queda otra.
Canese agrega más sin sentidos a esta lista en el campo energético. Es curioso, dice él, que teniendo a PETROPAR (una empresa pública paraguaya), una empresa brasileña estatal (PETROBRAS) pueda distribuir y comercializar derivados de petróleo, pero PETROPAR no pueda.
Es llamativo que estemos comprando derivados de petróleo a multinacionales a un elevado precio y no se concrete el crédito blando con Venezuela para la compra a ese país, dice Canese. Para él, “la regulación por la vía de la intervención del Estado, a través de la empresa estatal especializada en el ramo, es una de las mejores opciones a fin de evitar el abuso de los oligopolios, como ha ocurrido en los últimos años”. Lo mismo ocurre con un acuerdo entre PETROPAR y PDVSA para la prospección y exploración de hidrocarburos, ¿por qué no se firma, siendo como es el camino correcto para saltarse el cerco de los oligopolios petroleros multinacionales?
Habla de la conveniencia para nuestro país de resucitar URUPABOL, la unión de los tres países menores de la región, para equilibrar en algo las asimetrías que hay en el MERCOSUR. Dos países mediterráneos con excedentes energéticos y otro con costa al mar.
Lamenta también, implícitamente, los conatos de privatización, tercerización o capitalización de la ANDE, empresa pública sin fines de lucro que debería seguir generando, transmitiendo, distribuyendo y comercializando energía eléctrica barata y confiable.
En fin, se lamenta el autor (y muchos de nosotros que si no por especialización, al menos por patriotismo, también percibimos) que pese a la enorme importancia de la hidroelectricidad en el Paraguay, se carece hasta ahora de Políticas de Estado al respecto.
Después de un exhaustivo análisis de la matriz energética paraguaya en el capítulo 3, el autor entra de lleno en el objetivo principal del libro, enumerando y detallando los que debieran ser los ejes de una Política de Estado en materia energética.
En resumidas cuentas, tanto por razones históricas, como por una elemental concepción de la soberanía y por razones de equidad y justicia, nos dice Canese que el país debe reivindicar la soberanía hidroeléctrica, debe trazar e insertarse en una alianza estratégica entre los exportadores de energía de la región, considera que el servicio público de electricidad debe estar orientado a un paradigma productivo y de mejoramiento de la calidad de vida, que evite el derroche, debe asegurarse el abastecimiento seguro de hidrocarburos en condiciones beneficiosas para el pueblo y propugna por un modelo energético que combine diversas fuentes, principalmente renovables, de suministro.
Impecable. No caben contra argumentaciones. Ricardo Canese y los que adherimos a estos planteamientos tienen —tenemos— en mente el interés nacional. Se trata del futuro de nuestro país, el que está en juego en los próximos años y décadas que estarán cargadas de turbulencia.
Cuando uno toma en cuenta que hoy día el 19 % de la energía producida en el planeta se gasta en agricultura y con ello, en alimentos, la preocupación de hoy por garantizar un abastecimiento energético no es una preocupación minúscula. Cuando el PIB nacional podría aumentar un 25 % haciendo una tímida renegociación de la expoliación a que sometieron al país los malos gobiernos y los países socios en los emprendimientos hidroeléctricos. Cuando se piensa en Clave estratégica, la cuestión energética es una cuestión nacional. Desatenderla solo puede ser propio de quienes están dispuestos a vender, alquilar o hipotecar al país por sumisión o avaricia.
- Canese, Ricardo, 2009. La recuperación de la soberanía hidroeléctrica del Paraguay. En el marco de políticas de Estado de energía. 5.ª edición. Asunción: CINERGIAS. En: http://www.portalguarani.com/obras_autores_detalles.php?id_obras=8756 ↑
- Su ejercicio matemático para mostrar la inviabilidad de la soja como fuente de biocombustible para sustituir a los hidrocarburos es un dechado de humor negro: harán falta 30 millones de kilómetros cuadrados para satisfacer la actual demanda mundial, superficie esta superior a la superficie total conjunta de Canadá, EE. UU. de América, Brasil y Argentina. ↑