Jornada internacional “Las migraciones actuales en Argentina”, Buenos Aires, 28 y 29 de junio de 2011. Sede Centro Cultural Borges.
Mejor quedarse
Al revisar los pocos datos disponibles en el país sobre los movimientos migratorios, especialmente los invisibles, aquellos que se realizan durante los períodos intercensales, se llega a conclusiones simples: el principal flujo está dado por la migración interna y por la información disponible —por lo menos hasta el Censo de 1992—. El mayor caudal se da en el flujo urbano/urbano y en segundo lugar por el rural/urbano. No existe información sobre el comportamiento de la migración a partir de 2002.
Con base en datos de una encuesta realizada a fines de 2007, se encontró —contra lo que podría esperarse por la profusa información periodística— que 81,3 % de las familias consultadas, de ocho asentamientos campesinos de cuatro Departamentos sojeros del país, no tiene ningún miembro que tenga intenciones de migrar y 9,7 % solo tiene uno que sí desea.
Se encontró asimismo que cuando las familias consultadas habían logrado un cierto nivel de arraigo, diciendo que siempre habían vivido en ese lugar, el porcentaje de familias que no tenía ningún miembro que quería migrar, ascendía al 88,5 % (ibídem).
Estos datos muestran, por un lado, que —a diferencia de la opinión más comúnmente admitida— los y las paraguayas estarían mucho más interesados en que se les respete el derecho a NO migrar que a migrar. Por otro lado, muestra que la mayoría de los/as paraguayos/as que emigran, lo hacen por factores de expulsión. Básicamente, por falta de oportunidades laborales, lo que puede obedecer a diferentes factores, aunque también por la desprotección a que se ven sometidos por falta de políticas públicas, especialmente en el caso de poblaciones campesinas, que son las que se ven más compelidas a migrar.
Un fenómeno nada nuevo
Resulta confuso tratar de encontrar un patrón que caracterice los desplazamientos espaciales de la población que habitaba el territorio paraguayo hasta por lo menos la independencia del país en 1811, período que podría extenderse hasta la guerra contra la Triple Alianza. La ascendencia de los pueblos guaraní en la región se había encargado de ignorar cultural y prácticamente los límites impuestos por la colonia y luego por las independencias nacionales. Esta “ausencia de límites” en un territorio culturalmente continuo, parecería haber sido introyectado por los mestizos que sobrevivieron a la tragedia de la guerra, marcando el carácter fuertemente migratorio de la población paraguaya, que no era en realidad más que movimientos dentro de un único territorio. Obviamente, la guerra fue un hecho político que produjo inmediatamente, luego de su trágico desenlace, movimientos poblacionales desde y hacia el país.
En efecto, la población paraguaya después de esa guerra (1865-1870) quedó diezmada; de alrededor de 1.300.000 habitantes antes del conflicto, quedaron aproximadamente 300 000. El Paraguay se encontró no solo ante una crisis de población, sino también ante una crisis política y otra económica.
El remanente de la población paraguaya —en su mayoría mujeres, niños y ancianos— no estuvo en condiciones de acceder a los beneficios suscritos por la ley de 1872 de venta de tierras públicas; en realidad, fue una ley que impedía a la población campesina del país el acceso a la tierra. Esto constituyó una atracción para los extranjeros, que aprovecharon la oferta de tierras a precios ínfimos.
Como la mayor ocupación laboral fue la de la elaboración de yerba mate, trabajo discontinuo y estacional, la pequeña masa de paraguayos empezó a migrar temporalmente, al comienzo, dentro del territorio nacional, para luego cruzar las fronteras. Los primeros países receptores de paraguayos fueron Argentina y Brasil. Entre 1870 y 1880, entre 4 000 y 5 000 personas (paraguayos, argentinos, bolivianos y brasileños), empleadas directamente en recolección y preparación de la yerba mate, circularon libremente en toda la región del Plata.
El desplazamiento espacial de la población campesina en el Paraguay, si bien respondía en lo inmediato a causas económicas, obedecía más que nada al temor a las revoluciones y a las persecuciones políticas, así como al servicio militar obligatorio, mecanismo normalmente utilizado para reclutar combatientes para las revueltas internas de carácter político.
Por otra parte, la región sur del Paraguay, que se hallaba en total despoblamiento, comenzó a nutrirse con inmigrantes provenientes de la provincia argentina de Corrientes. Según los Anuarios Estadísticos del Paraguay, entre 1880 y 1889 ingresaron 4.895 argentinos, y en menor proporción ingresaron los de otros países americanos, teniendo en cuenta que solo vinieron 530 brasileños y 198 uruguayos.
Acerca de las causas
Al comenzar el siglo pasado, las turbulencias políticas se agudizaron. En 1904 una violenta revuelta sumió al país en permanente inestabilidad; subieron los “liberales” (expulsando a los “colorados” del gobierno) y el presidente que asume, Cecilio Báez (1905-1906) volvió a optar por la inmigración europea dado el desastroso estado económico del país. La emigración paraguaya a la Argentina continuó.
El carácter eminentemente político de la emigración paraguaya al exterior ya era claramente percibido por los analistas de la época: la situación política durante los primeros años del siglo XX, quedó marcada en la memoria de Saturnino Ferreira con las siguientes palabras: “Va casi medio siglo que vivimos la tragedia de las deportaciones y confinamientos. Antes de 1904 no se conocían esos procedimientos bárbaros, que tuvieron sus períodos de violencia en 1908, 1912 y 1922, la emigración de 300 000 paraguayos…”. Sin embargo, los sucesivos gobiernos nacionales insistieron en suscitar la venida de extranjeros, por lo que seguían expropiando tierras para fundar nuevas colonias de europeos.
Hasta ese entonces, los motivos principales de la emigración fueron principalmente políticos, pero también la desigualdad social, empezando por la ausencia de una distribución equitativa de las tierras y de los productos, la falta de trabajo y los profundos trastornos financieros, entre otros. Pero el temor a las represiones políticas, sobre todo en los albores del siglo pasado, y hasta concluido el régimen de Stroessner en 1989, jugaron un rol preponderante en el éxodo paraguayo.
Desde sus comienzos, la emigración tuvo como destino principal la Argentina. Según Zacarías Arza, las cifras reportadas para la primera mitad del siglo XX son muy variables y poco confiables; las mismas varían entre 40 000 para Genaro Romero (1914), 20 000 para Teodosio González y 200 000 emigrantes para J. Natalicio González.
Durante los primeros años, los paraguayos se instalaron en las provincias de Formosa, Misiones, Corrientes, Chaco y Entre Ríos “en busca de labores que podían ofrecerles una vida mejor”, pero lo que en realidad encontraron no siempre fueron condiciones de vida digna para ellos. “Al presidente (González Navero, 1908-1910) le preocupaba la excesiva facilidad con que son contratados brazos en nuestro país para ser llevados al exterior a dedicarse a industrias peligrosas en regiones malsanas y lejos de todo centro de población civilizada” (Archivo del Liberalismo, 1987). Puede notarse el carácter claramente subalterno de los mercados laborales hacia los que emigraban estos compatriotas.
Reiterando, las razones históricas principales de esta migración deben atribuirse a los problemas políticos que azotaron al Paraguay durante todo el siglo pasado. A un año de haber terminado la guerra contra Bolivia, se produjo una oleada de desterrados, a consecuencias del Golpe de Estado de febrero de 1936 encabezado por el coronel Rafael Franco, quien destituyó al presidente Eusebio Ayala.
En años posteriores se produjo otra oleada de emigrantes paraguayos, especialmente entre 1941 y 1946, durante la dictadura de Higinio Morínigo; no menos de 50 000 paraguayos se vieron obligados a abandonar el territorio nacional, aunque solo se dispone de la cifra de los residentes en las provincias de Misiones, Chaco y Formosa, donde se encontraban 157.385 paraguayos.
En 1947 (marzo-agosto) otro estallido político interno, llegó a concretarse en una guerra civil. Este conflicto fue motivo para que miles de paraguayos emigraran a países vecinos. Ya antes de esa guerra civil, los emigrantes paraguayos ascendían a 200 000 en la Argentina, el éxodo posterior fue “verdaderamente extraordinario, de proporciones jamás vistas, tanto por su cantidad como por su duración”. Efraím Cardozo señala que el éxodo de los opositores al régimen triunfante, se elevó a cerca de 400.000 paraguayos en los territorios limítrofes con el Paraguay.
El mayor porcentaje de emigración a la Argentina se produjo entre 1947 y 1960. Hasta la década del cincuenta, la principal emigración de paraguayos no era definitiva. Es recién a partir de la década del sesenta cuando este flujo tiende a fijar residencia en el país de destino; en esa década, 23,7 % del total de paraguayos viviendo en ese país decidieron adoptar la nacionalidad argentina. Un análisis adicional de la migración paraguaya a la Argentina acá es innecesario, toda vez que el lector puede recurrir al trabajo de Halpern en el que encontrará un minucioso y documentado tratamiento del tema.
A partir de comienzos de la década de los años setenta, el patrón habitual de movilidad interna de la población, que estaba principalmente caracterizado por los desplazamientos rurales/rurales para la ocupación de la frontera agrícola, fue cambiando. En efecto, desde que asume Stroessner en 1954, su gobierno empieza a implementar sendos programas de colonización, tanto hacia el Eje Este dirigido hacia lo que luego sería Ciudad Pdte. Stroessner (hoy Ciudad del Este) y hacia el Eje Norte de la región Oriental. Ambos programas se hicieron con un criterio eminentemente político, tratando de poblar áreas hasta entonces más o menos vacías de población paraguaya (no así de indígenas que empezaron a sufrir una sistemática agresión y expulsión de sus tierras).
La inspiración de estos programas venía de la doctrina de seguridad nacional y estaba inspirada por la escuela brasileña de Golbery de Couto e Silva. Stroessner, fiel discípulo de aquel, ubicó en los puntos clave de esos ejes de colonización, a campesinos de su estricta confianza, que, por otro lado, provenían en su mayoría de los minifundios de la región central del país, que en 1947 (apenas siete años antes) habían ayudado a la fracción de los colorados que apoyaba Stroessner en la guerra civil de ese año. Estos programas de desconcentración poblacional de zonas minifundiarias, tuvieron así una impronta eminentemente política. Desde luego, los campesinos de la oposición no tenían cabida en este programa de repartición de tierra, lo cual, considerando el período económico recesivo que caracterizó a toda la década de los años sesenta, favoreció la emigración de esta mano de obra que quedaba excluida del acceso a la tierra.
A partir de los primeros años de la década siguiente, se dan cambios productivos de importancia que modifican este patrón migratorio interno. El auge de los precios internacionales del algodón, así como los precios internos, insertan a la familia campesina de manera rápida y desigual a un mercado en esencia oligopólico, el de las agroexportadoras. El simultáneo aumento de los precios de la soja, a su vez, estimula —entre otros factores— la migración masiva de brasileños que pasan a ocupar las mejores tierras de la margen derecha del río Alto Paraná. El encarecimiento del precio de las tierras y el prematuro cierre de la frontera agrícola (o “tierras sin dueño”) crea condiciones aún más difíciles para el campesinado. Sumado esto a la iniciación de las obras civiles de la represa de Itaipú y al flujo de capitales que dicha obra atrajo, la migración interna empieza a adoptar la dirección rural/urbana. El Censo del año 1982 registra por primera vez el importante descenso relativo de la población paraguaya residiendo en áreas rurales (de 63, % en 1972 a en 1982, a 49,7 % en 1992 y a en 2002). Estas cifras reflejan el éxodo migratorio interno a las ciudades del país y una aparente intensificación de la emigración.
A partir del ciclo agrícola 1999/2000, el cultivo de la soja transgénica, introducida vía contrabando al país, se expande rápidamente. Si en los 27 años anteriores se había llegado al millón de hectáreas, al cabo de 10 años, en 2010, se había expandido hasta 2,6 millones de hectáreas. Buena parte de esa expansión se hizo sobre tierras campesinas. Así pues, en esta última década, aumenta rápidamente el número de “desplazados” por el modelo agroexportador, en su mayoría pequeños campesinos, los que en su mayoría se refugian en “ciudades” que en la práctica son realmente tugurios. Otros, los menos, optan por la emigración y entre ellos principalmente a la Argentina.
La cuestión de la expulsión del campesino de su comunidad de origen y su posterior desplazamiento a las ciudades, debe entenderse como la consecuencia extrema más visible del complejo proceso de degradación de las condiciones de vida provocado por la expansión del modelo de monocultivos orientados a la exportación, fundamentalmente de soja y el apoyo político que recibe de las autoridades de turno. Así, los emigrados deben ser considerados como desplazados, ya que en una gran proporción, estos movimientos poblacionales no tienen ninguna relación con lo que se suele denominar migración voluntaria, y responden en mayor grado a un proceso de migración forzosa.
Existe sobre este punto, de parte del gobierno, una estrategia de negación y silenciamiento de la situación de violencia generalizada que se vive en el campo, y que tiene como principales víctimas a las familias campesinas paraguayas afectadas directa o indirectamente por el modelo agroexportador de monocultivo de soja, a través de fumigaciones indiscriminadas, presiones y otros actos de violencia por parte de grandes productores, capataces, fiscales, policías, funcionarios, paramilitares y demás agentes implicados en el conflicto, cuya consecuencia extrema, es el desplazamiento de estas familias. La situación del migrante paraguayo en la Argentina, por su lado, en la mayoría de los casos no resulta necesariamente agradable. Según varios trabajos realizados (Halpern, Maguid) la migración regional a la Argentina fue —al decir de Halpern— “un fenómeno altamente codificado por el Estado”. El discurso sobre ellos “suele estar atravesado por una serie de prejuicios más o menos alentados, producidos y reproducidos por el Estado y sus instituciones”.
Esta migración fue política en su abrumadora mayoría en cuanto a los factores de expulsión, pero también es política en el lugar de destino debido a “la construcción en el país de destino de ese tipo de alteridad que es inseparable de los modos que asume el conflicto social en una sociedad estructurada con base en relaciones de clase y, por consiguiente, de distribución desigual del producto social”.
Para concluir y citando a Halpern, no es casual, nos dice, “que los momentos específicos en que se han desarrollado políticas más o menos explícitas contra los inmigrantes latinoamericanos han sido coincidentes con crisis en el mercado laboral, en los sistemas de salud y educación (des financiación estatal de ambas esferas), crecimiento de la inseguridad, crecimiento de la lucha obrera. El sujeto del ‘problema migratorio’ asume así —sin apenas imaginarlo— el papel del chivo que expía —políticamente— los problemas de otros”.
En brevísimo resumen
No es común en América Latina que un país tenga más del 10 % de su población nativa viviendo fuera del país y que más del de su población actual lo constituyan personas que no nacieron en el país. Se puede dar una de las situaciones, o la otra, pero las dos juntas no son frecuentes. Un ‘país de fronteras demográficas abiertas’ se lo llamó alguna vez. Muy abiertas, por cierto. La razón es muy clara: la falta de compromiso y hasta la agresión de sus gobernantes contra su pueblo. La mediocridad y el fanatismo político, la hiperconcentración de recursos generadores de una pobreza ancestral de las mayorías, la ausencia casi completa de una racionalidad anclada en el bien común y dirigida a fuerza de represión y violencia hacia el bien propio o corporativo. Ahí están las raíces del éxodo paraguayo y de la entrega del mejor territorio y recursos de nuestra tierra, a intereses que nada tienen que ver con la reivindicación de lo paraguayo.