Paraguay en la incertidumbre o, cuando las elecciones no garantizan gran cosa

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Augusto Roa Bastos, quizás el mejor exponente de la novelística paraguaya, definió a su país como una isla rodeada de tierra, y en otro de sus escritos rubricaba, no sin poca resignación, que había contraído nupcias con el infortunio.

Tales parecen ser las más vívidas descripciones de este país sudamericano de seis millones de habitantes (que tiene casi 10 veces la superficie de Holanda), y que en 120 de sus 190 años de existencia independiente ha tenido dos guerras internacionales, una guerra civil e innumerables convulsiones políticas que lo han fragmentado política y socialmente. Debió además soportar 35 años de una de las dictaduras más “eficientes” del continente y ha vivido durante los últimos 19 años bajo un régimen de supuesta democracia y de una muy real y desenfrenada corrupción. Durante los últimos 61 años, ha estado gobernado por un único partido, el Colorado o Asociación Nacional Republicana, que desde hace tiempo controla hasta los más pequeños mecanismos de la dominación.

Desde comienzos de los 70 —todavía bajo el dictador Alfredo Stroessner— el país fue entregado literalmente al extranjero, la represa hidroeléctrica de Itaipú al Brasil, la de Yacyretá a Argentina, el cultivo y exportación del algodón y de la soja a las transnacionales de la agroexportación y ha vivido una acelerada descampesinización (del 64 % de población rural en 1962 ha pasado a apenas 43 % en 2002) que ha tenido como resultado esperado un sostenido aumento de la pobreza (42 % de la población) y de la indigencia (24 %), una casi total destrucción de sus bosques y, recientemente, una acentuación de los flujos emigratorios.

Sobre esta historia y sobre este escenario, se preparan las próximas elecciones del 20 de abril, en las que por primera vez, desde aquel nefasto 13 de enero de 1947[1] es posible alentar alguna esperanza de que el Partido Colorado pierda en las urnas. Sin excepción alguna, todas las elecciones que se dieron desde entonces han estado viciadas de alguna manera u otra, y por supuesto, todas las ha ganado el actual partido de gobierno.

Una exmaestra, un excomandante en jefe procesado y un exobispo

Si a uno le dan a elegir, indudablemente se queda con la maestra; es la que más respeto inspira, mirándolo desde el punto de vista de la laboriosidad. La exmaestra —Blanca Ovelar— es, sin embargo, la candidata (por cierto, la primera mujer candidata a presidente de la historia de este atribulado país) del partido de gobierno, de los colorados. Llevada a ministra de Educación por el actual presidente Nicanor Duarte Frutos, debió renunciar a dicho cargo para tomar la candidatura presidencial, propuesta también por Duarte Frutos. Es la figura de la continuidad del gobierno, quizás más controvertido de la larga transición política. Su triunfo en las internas partidarias en diciembre para las presidenciales de abril 2008 estuvo teñido de irregularidades y su principal adversario interno (Luis Castiglioni, pro-norteamericano) acusa a Duarte Frutos, directamente, de haber cometido fraude. Si a esto se suma el hecho de no provenir de la militancia partidaria de base, ¡y de ser mujer! (en un país machista, patriarcal y conservador) ha influido decididamente en sus posibilidades, hasta el punto que una encuesta realizada a mediados de febrero la ubica en el tercer puesto en la intención de votos.

El excomandante en jefe y general procesado, Lino Oviedo, fue considerado el hombre de confianza de Andrés Rodríguez (quien en 1989 había dado el putsch contra Stroessner). Rodríguez fue durante mucho tiempo un importante capomafioso y —se presume— legó a Oviedo el negocio. A la muerte de Rodríguez, Oviedo asume el entonces poderoso cuerpo de caballería del Ejército, desde donde —en 1996— desacata una orden del presidente de turno, Wasmosy, y empieza a adquirir notoriedad política; es posteriormente procesado en 1998, luego que su candidatura ganara las internas partidarias de 1997. Es apresado y asume su vicepresidente, quien al ganar, libera de la prisión transitoriamente a Oviedo.

Luego de los acontecimientos de marzo de 1999, derrocado Cubas Grau, deambula como asilado político por Argentina y Brasil, para entregarse a la justicia paraguaya posteriormente, la que lo sobresee en algunas de las causas que tiene pendiente a mediados de 2007, habilitándolo a competir electoralmente. Su sobreseimiento el año pasado fue parte de una estrategia de Duarte Frutos para dividir los votos opositores peligrosamente agrupados alrededor de la figura de Fernando Lugo. Autoritario, ególatra, pro-brasileñista y ultraconservador, Oviedo tiene, más por la gracia de sus dotes de showman y su discurso demagógico que por otras cualidades, la posibilidad de superar incluso al Partido Colorado en las próximas elecciones, del cual su agrupación (Unión Nacional de Colorados Éticos, UNACE) se desprendió.

Lugo (de la congregación del Verbo Divino) ejerció como obispo de la diócesis de San Pedro hasta el 2005, de donde fue separado por disposiciones directas de la embajada del Estado Vaticano (pomposamente llamada “nunciatura apostólica”), siendo declarado “obispo emérito”. Las razones que motivaron su destitución en San Pedro fue su compromiso con grupos campesinos organizados, la mayoría de ellos resistiendo el avance del monocultivo de la soja. Su condición de emérito no duró mucho, ya que a los pocos meses decide encabezar movilizaciones de protesta ciudadana contra las arbitrariedades de Duarte Frutos. Esto le vale “reprimendas” de la jerarquía y termina renunciando a su condición de obispo a fines de 2006 y durante el año pasado se candidata directamente a presidente de la república.

En las negociaciones previas, logra el apoyo del principal partido de oposición, el Liberal Radical Auténtico, que renuncia a presentar candidato a presidente y acompañará a Lugo desde la vicepresidencia. Este es un partido conservador que —llegado el momento— hará valer su experiencia electoral y sobre todo, sus vinculaciones con los latifundistas domésticos, de los cuales fue su histórico representante. Acompañan además a Lugo una gran cantidad de grupos, partidos pequeños de izquierda, organizaciones sociales de un amplio espectro ideológico y mayormente hostil unos a otros, presagiando, en la eventualidad (remota por cierto) de un triunfo de su candidatura, de una gobernabilidad poco menos que turbulenta.

Sin garantías

La ciudadanía está atenta y vive en la incertidumbre política. Si bien Lugo mantiene las más altas intenciones de voto, no hay ninguna garantía que vaya a ganar. La maquinaria del fraude será puesta en funcionamiento, tal como se mostrara en las elecciones internas de los colorados. En el caso de que ganara, tampoco hay garantías de que podrá gobernar, ya que con un partido tan poderoso como el Colorado en la oposición, más la precaria coalición en la que se apoya su candidatura, generan más preocupaciones que tranquilidad. Ni siquiera hay garantías que, ganando Lugo, el Partido Colorado vaya a entregar el poder, lo cual implicaría una ruptura del proceso desde el punto de vista constitucional.

Así las cosas, a fines de abril el Paraguay asistirá a un acontecimiento político que no tiene antecedentes en su historia contemporánea. Los colorados pueden dejar el poder, pero esto no se hará sin grandes penurias. El secular atraso político del país con respecto a los otros de la región podría empezar a disminuir. Pero así como hay signos de esperanza, vuelven —otra vez— a cernirse sobre el horizonte político síntomas de desarreglo.

  1. Fecha en que se inicia la guerra civil antes mencionada.