Revista ACCIÓN N.º 278 – octubre, 2007. CEPAG.
Los organismos internacionales, principalmente dedicados al tema del cambio climático, los entes gubernamentales, la prensa y, por extensión, hasta mucha gente normal, se han acostumbrado a usar una frase perversa: “es un desastre producido por la acción del hombre”. Este es un giro semántico, o sea, una manipulación verbal según la cual la responsabilidad se diluye “entre todos los hombres” (imagino que incluirá también a las mujeres y que se trata simplemente de una expresión machista).
Es cierto que todas las personas, allá en el fondo, algo tenemos que ver con los desastres climáticos y ambientales, pero la mayoría de los desastres son producidos por “algunos hombres” que tienen determinados intereses (casi siempre económicos), que profesan una determinada ideología y que adhieren a un determinado sistema económico. Para hacerlo corto, la inmensa mayoría de los desastres climáticos, ambientales y otros desastres naturales son producto de la evolución del capitalismo o, más propiamente, del desenfrenado afán de lucro y consumo que es propio de los así llamados países desarrollados y de las elites y oligarquías de los países no desarrollados o pobres.
Más de uno dirá: bueno, una parte de los incendios de agosto en el país no fueron provocados, fueron “naturales”. De nuevo estamos ante una falacia, ya que el hecho que no haya existido alguien que puso un fósforo en pasto seco no quiere decir que no haya sido provocado por un fenómeno climático. Ya en primaria aprendimos que no existe la generación espontánea, todo fenómeno —natural o no— tiene una causa. Asumiendo entonces que no hay incendios no provocados, continuamos.
La inmensa mayoría es producto del interés de lucro, es cierto, pero hay, sin embargo, algunos incendios que derivan de una cierta manera de pensar, de una cultura ancestral según la cual el fuego limpia y regenera, una herencia antigua (la cultura de la roza y quema) en un contexto nuevo, en el que ya casi no queda monte para hacer rozados. Es la del campesino, acostumbrado como estaba a ahorrar tiempo y esfuerzo y culturalmente subyugado por la magia y la hipnosis del fuego. Tema que ha sido abordado por múltiples antropólogos y hasta por el padre del psicoanálisis.
Pero la mayoría de las quemazones parecen provenir de tres fuentes para nada psicoanalíticas ni culturales. Las provocadas por los latifundistas, acostumbrados —ellos también, aunque con muchísimos más recursos que los campesinos— a gastar lo menos posible y obtener la mayor renta posible. Regenerar pasturas por vía de la quema. Habría otros métodos para hacerlo, pero año tras año, sin penalización alguna, ahorran a costa del riesgo ajeno y de la destrucción ambiental.
Los otros actores por detrás de los incendios son algunos empresarios (¿?) madereros a quienes más le cabría la descripción de traficantes de rollos. Estos no hacen leña del árbol caído, sino ganancias libres de costos, de árboles quemados. ¡Qué mejor para estos delincuentes que un incendio que arrase con bolsones de monte para aprovechar rollos lampiñados!
Y sin pruebas, pero con fundadas sospechas, estarían los invisibles agentes del agronegocio. Poner soja o en menor medida caña de azúcar en un monte está siéndoles cada vez más difícil y expulsar a campesinos les exige ingentes gastos en la contratación de matones armados. No parece haber procedimiento más inocuo (para ellos) y más efectivo que se quemen los montes donde luego pondrán el monocultivo y se asfixie por humo, necesidad o hambre a los campesinos cuyas tierras podrán —sobre las cenizas que queden— ser adquiridas a precio de remate, también para implantar monocultivos.
El panorama se conforma de esta manera con ribetes desoladores, no tanto por la fantasmagórica imagen de tierras calcinadas, sino por el control que tienen actores como los recién mencionados sobre nuestras fuentes de vida, sobre nuestros recursos. Se trata de hecho de un poder despótico, impune, sobre la naturaleza y la vida humana.
Habiéndose aplacado temporalmente los incendios, aparecen los pescadores en río revuelto. La asistencia proveniente de la declaración del “estado de emergencia”, decretado a las cansadas por el Ejecutivo, está siendo canalizada en gran medida con criterios políticos, se trata sin duda de una catástrofe oportuna, ya que posibilita aumentar la clientela político-electoral en vísperas de elecciones.
Pero no solo son los políticos quienes tratan de sacar provecho. ¡Hasta la Asociación Rural del Paraguay (ARP) declaró una “cruzada nacional” para asistir, según ellos, a 100 000 pequeños productores afectados por los incendios! Uno de sus directivos anunció que pedirán para esto ayuda a los ganaderos, a las empresas proveedoras de tractores, de agro insumos, de semillas, etc. O sea, dos sectores que a la postre terminarán beneficiados con los incendios son los que ahora (ante el hecho consumado) se muestran como caritativos ciudadanos ayudando a los pobres campesinos.
En esta gran puesta en escena nacional del drama campesino ellos sí tienen por delante un futuro incierto. Por lo menos hasta enero podrán presentarse casos de hambruna, aumento de enfermedades por desnutrición, emigración masiva a centros urbanos, cesión de tierras productoras de alimentos a empresarios de monocultivos, aumento de la dependencia alimentaria. En fin, una aceleración del proceso que el país ya viene viviendo desde hace bastante tiempo.
En esta nada estimulante realidad es interesante destacar la postura del senador Ronaldo Dietze, defensor él de los monocultivos, pero ciertamente coherente y honesto, quien se propone presentar al Congreso un proyecto de ley que prohíba la quema de campos durante los meses de mayo y octubre. Si bien en un país en el que los poderosos no respetan la ley, este es un comienzo. Por lo menos alguien tiene la valentía de hacer planteamientos sensatos.
Los incendios de agosto y setiembre nos dejan una lección, las prácticas depredadoras están más vigentes que nunca, la búsqueda del lucro fácil es la motivación de las elites que controlan el país y que los incendios pueden evitarse: la depredación puede frenarse y las condiciones climáticas que hacen posibles tales desastres están en nuestras manos. Recuerdo en estos momentos una frase que se la escuché a un maestro, Luis I. Ramallo (ex sj): “el subdesarrollo es principalmente mental”.