Un primer año para recordar

Publicado en la Revista Acción, N.º 297, agosto 2009 – Centro de Estudios Paraguayos Antonio Guasch (CEPAG).
El año de gobierno que acaba de finalizar Lugo mostró que aquel 40,7 % de abril del año pasado estaba compuesto por el voto de personas que esperaban algo sin tener un fundamento importante para construir esas esperanzas[1]. Fue como plantar una planta de poroto y esperar que salgan maíces. Tendremos que esperar la próxima cosecha para comernos el chipa guazú.

Resulta evidente que las apariencias engañan. No solo hay que aparentar deseos de cambio, no es suficiente no ser colorado, no basta con proclamar como indeclinables las demandas de los desposeídos, no alcanza con aparentar ser amigo de Evo, Correa o Chávez, ciertamente no dice gran cosa usar sandalias y no usar corbata; hace falta ser lo que se aparenta. Ahí es donde falló la expectativa de aquel 40 %. Muchos creyeron (¿creímos?) que con las declaraciones, atuendos y trayectoria del primer mandatario estaba garantizado el advenimiento de una nueva sociedad para el Paraguay. El fiasco resultó ser grande.

Por el momento, lo único que aparentemente se logró es la alternancia en el gobierno, como dice el dicho; “hace falta cambiar algo para que todo siga igual”. La ciudadanía fue teniendo el gradual convencimiento que Lugo no era —ni de lejos— lo que aparentaba, que su gabinete (si bien es cierto con algunas excepciones, pero son meras golondrinas que no hacen otoño) siguió —como antes— a pie juntillas las directrices de los organismos financieros multinacionales, que la represión policial y militar a los movimientos sociales tendió a aumentar, que el combate a la corrupción tuvo, si alguno, muy modestos logros que mostrar, que la reforma agraria quedó postergada para el 2023[2] (o sea, cuando este gobierno ya no esté), que el pretendido avance en la negociación con Brasil por Itaipú hasta ahora no pasó de ser la declaración de dos presidentes, la ciudadanía —o buena parte de ella— está convencida que los problemas siguen amontonándose y que en el Ejecutivo prefieren “no innovar demasiado” para que no se enojen los dueños del país.

Réplica del modelo socialdemócrata

En algún momento, a comienzos de su mandato, el presidente había dicho que para él los casos o gobiernos de Chile y Uruguay eran dos modelos a seguir. Si lo dijo en serio, lo dijo todo. Se trata de dos regímenes de claro tinte social-demócrata que, por decirlo de alguna manera, recibieron un país “ordenado”, claramente formateados a la hechura neoliberal y con pobreza sí, pero con desigualdades sociales mucho menos pronunciadas que las que tenemos en casa. Ni Vázquez ni Bachelet enfrentan los niveles de corrupción que hay acá, ni tienen la proporción tan alta de campesinos y población rural acorralada como la tiene nuestro país. A los poderosos no les interesa mucho que los gobiernos sean de color rosado, azul o amarillo, les importa que sus intereses no sean afectados, es por eso que los gobiernos rosados son del todo funcionales a los modelos de acumulación de riqueza actualmente vigentes: dan la apariencia de progresistas (y, de hecho, algunas dádivas otorgan a los estratos más bajos de población) pero no representan, ni remotamente, un desafío a aquella hegemonía.

Lugo lo dijo todo, digo, ya que desde el nombramiento de su gabinete “económico” hasta la última derogación del Decreto 1937 sobre limitaciones y cuidados en la aplicación de agrotóxicos, pasando por la represión creciente a indígenas y campesinos, el equipo de gobierno está tratando de hacer bien el deber para insertarse en el concierto de los países que gozan de la aprobación norteamericana. Es de suponer que lo acontecido en Honduras es una advertencia para aquellos que no están convencidos de que no se puede jugar con fuego, o sea, no se permiten cambios en la estructura del modelo económico.

Poderoso caballero es Don Dinero

Pero, entonces, ¿quiénes tienen la sartén por el mango?, ¿qué intereses son aquellos a los que Lugo y su gabinete saben que no hay que afectar? La respuesta es relativamente sencilla.

Obsérvese aunque sea inadvertidamente quiénes y cómo están haciendo buena letra para postularse en el 2013. Es un secreto ampliamente compartido que tanto Federico Franco como Rafael Filizzola gustarían de vestir la franja tricolor en el pecho dentro de cuatro años, y para ello no escatiman enviar a jaurías de policías a vejar a campesinos, o asisten muy trajeados a la Expo y coquetean con exponentes de la Asociación Rural del Paraguay o la Unión de Gremios del Paraguay o cuanta cámara patronal existe. Y Lugo —confundido o desinteresado— da una vez un paso adelante y enseguida dos para atrás.

No debiéramos confundirnos, el país tiene cuatro grupos de poder real muy “convincente” cuando se trata de imponer consignas: los ganaderos, los sojeros y las multinacionales, la mafi a y el empresariado corrupto, todos ellos empotrados en diferentes sectores del poder político formal (sea éste el Parlamento, la justicia, el Ministerio Público y los aparatos represivos de seguridad y defensa). Hasta podría pensarse que la esfera en la que Lugo tiene realmente capacidad de decisión es minúscula. No se explica de otro modo que las cosas sigan tan igual como antes de que asumiera. Por lo demás, la imagen presidencial hoy no es la misma que tenía hace un año y no solamente por razones estrictamente políticas.

El retorno al origen

El cambio social pretendido, como todo cambio social, no suele ser resultado del advenimiento de personas carismáticas o (preendidamente) mesiánicas[3]. Es algo mucho más lento que —históricamente— surgió casi siempre de la organización de la ciudadanía para expresar demandas habitualmente sociales y trasladarlas a la esfera de las decisiones políticas. Diciéndolo de manera directa, el cambio social es resultado del . Y este no es un exabrupto mío, lo dijo uno de los padres de la sociología (por si acaso, para nada marxista): Max Weber[4] con estas palabras: “El conflicto (…) no puede ser excluido de la vida cultural. Es posible alterar sus medios, su objeto, hasta su orientación fundamental y sus protagonistas, pero no eliminarlo”. En el marco de su carácter ineliminable, Weber critica el concepto de progreso precisamente porque desconoce el conflicto y porque su valoración positiva jamás calcula los costos individuales y colectivos que comporta.

El “progreso” (concepto positivo al que supuestamente nadie se opone) sigue justificando en el país, antes y después del 15 de agosto pasado, el atropello a las mayorías empobrecidas cuyos “costos individuales y colectivos” no son tomados para nada en consideración.

Aquí radica una parte de las causas de la desesperanza que a un año de gobierno masculla una mayoría creciente de la población; en aras de un imaginario progreso (¿producido por la soja, la exportación de carne, las inversiones privadas directas extranjeras?), no hay ni siquiera vestigios de una preocupación hacia los campesinos fumigados con glifosato, o a los indígenas expulsados de sus tierras y obligados a dormir con 0 grados centígrados en la Plaza Uruguaya y de las penurias (costos individuales y colectivos diría Weber) de una cada vez más importante mayoría hasta hoy silenciosa.

Pero la culpa no es de Lugo, ni de Borda, ni de Filizzola ni de López Perito. No. La culpa de la decepción la tenemos nosotros mismos. Hemos esperado cosechar maíces cuando en realidad teníamos plantitas de poroto. Pusimos esperanzas donde no había que ponerlas.

  1. Este se reflejan en un artículo de Luis Ortiz Sandoval, originalmente publicado en ALAI y posteriormente reproducido en www.rebelion.org el 20 de abril de 2008 con el título El umbral del Estado stronista. Elecciones políticas y cambio social. En él se dice: “La posibilidad de dar vuelta la página de 60 años de gobierno oligárquico, no releva el temor a la alternancia política después de la investidura de Lugo en un país cuya historia está signada por la persecución al adversario y el recurrente recurso al revanchismo político. Y es precisamente allí donde radica la importancia de su figura como ex prelado, como figura carismática, que por situarse en el ‘centro’ y ‘por encima del bien y el mal’, apuesta por la reconciliación y a hacer a un lado el temor a la purga. En sus propias palabras: ‘Prometemos que no habrá persecuciones. No habrá exclusión ideológica, ni religiosa, ni étnica. Queremos que se cumpla el principio constitucional de que todos somos iguales ante la ley. Si tiene que haber privilegiados serán los más olvidados’ [Entrevista a Fernando Lugo por Claudia Korol, CLACSO – Pañuelos en Rebeldía]. La trayectoria ética de compromiso y honestidad puede valerle a Fernando Lugo convertirse en un presidente electo creíble y acreditado (legítimo) el próximo 20 de abril. Pero inmediatamente deberá romper con un sistema clientelista colorado, que más temprano que tarde puede volvérsele encima y poner en jaque la democracia. Esta ruptura sólo es posible a condición de reformar la actual estructura de distribución de la tierra, de dinamizar el mercado de trabajo y la puesta en marcha de una profunda reforma del Estado”.
  2. Según declaraciones del propio presidente de la República, no hace mucho tiempo.
  3. Al respecto dice James Petras: “Un examen detallado de los 24 años de política electoral de Ibero América demuestra que todas las suposiciones planteadas por los intelectuales de centroizquierda a favor de la política electoral como instrumento para el cambio social han probado ser falsas. En un cuarto de siglo, toda una serie de regímenes políticos de Ibero América ha fracasado en mejorar el nivel de vida, redistribuir la riqueza, promover el desarrollo nacional o resolver los problemas básicos de vivienda, distribución de la tierra, empleo y desnacionalización de la economía. Al contrario, los regímenes electorales han ahondado y extendido las políticas regresivas que precedieron a su gobierno. La tierra y la propiedad han resultado estar más concentradas; la diferencia entre el 10 % más rico y el 50 % más pobre se ha ensanchado; amplios sectores de empresas públicas han sido privatizados y desnacionalizados, y cientos de miles de millones de dólares han sido extraídos de los trabajadores y transferidos a bancos extranjeros pagando la deuda exterior muchas veces”. www.rebelion.org, 24-03-05.
  4. Weber, Max (1982). “El sentido de la ‘neutralidad valorativa’ de las ciencias sociológicas y económicas”, en Ensayos sobre Metodología Sociológica, Buenos Aires: Amorrortu Editores.