¿Usted es del PCC? Más que eso, yo soy una señal de estos tiempos

Presunta entrevista a Marcos Camacho (Marcola), uno de los principales jefes de la banda delictiva Primer Comando Capital (PCC) que está encarcelado. Esta entrevista fue hecha supuestamente en mayo de 2007 por el periódico O’ Globo/RECOSUR. Ver en http://www.nodo50.org/tortuga/Escalofriante-entrevista-con.María Naredo Molero, “Seguridad urbana y miedo al crimen” y una entrevista con ella, “Si la ciudadanía se reapropia de las aceras y las calles, la seguridad vendrá por añadidura” Amador-Fernández-Savater, www.rebelion.org. 24.01.2010.
“Cada vez nos es más difícil encontrar las raíces de nuestros propios miedos. Nuestros miedos difusos están cada vez más desordenados. Hay toda una maquinaria mediática y de poder que se encarga de desordenarnos en ese sentido.”
María Naredo. Jurista especializada en Género y Derechos Humanos.

Cuando uno —como yo— conoce poco de un tema, lo mejor es consultar trabajos ya hechos por especialistas. Son sus ideas y hasta sus palabras las que presento en este artículo sobre la percepción de la inseguridad; uno es de la abogada María Naredo Molero, especialista en estudios sobre la inseguridad, y el otro de Marcos Camacho (Marcola), del Primer Comando Capital (PCC), especialista en la práctica de la inseguridad.

¿Por qué es la señal de los tiempos?

“Antes éramos pobres e invisibles. Ahora estamos ricos con la multinacional de la droga. Y ustedes se están muriendo de miedo. Nosotros somos el inicio tardío de vuestra conciencia social”, dice Marcola.

¿Dónde sitúa Marcola el origen del (PCC) digamos, la inseguridad? En el crecimiento de la pobreza y la marginalidad. Naredo agrega: “en las aglomeraciones urbanas que cambiaron radicalmente las pautas de la seguridad y el miedo”. Antes los peligros estaban ‘fuera’, refiriéndose a las aldeas del medioevo europeo o los távas de nuestros antepasados guaraníes, ahora están dentro. Ahora, según Foucault al que cita Naredo, “[…] los mecanismos de combate son dos: la expulsión o el disciplinamiento, que son acciones diferentes pero no incompatibles”.

Agrega esta autora que “[…] en las ciudades la multitud es vista como potencialmente peligrosa; la masa es un problema que hay que dominar. Las instancias informales de control social preindustriales son sustituidas por las agencias de control formal: la policía[1], los juzgados, las cárceles. El peligro ahora no son las bestias o las catástrofes, sino otros ciudadanos. Para ella, el concepto de seguridad se reduce hoy a la protección de la ciudadanía ante la criminalidad, ya no tiene aquel componente de solidaridad o confianza mutua que era un escudo protector más eficiente.

Para Marcola el miedo, que es el principal mecanismo generador de inseguridad, es producto de una agresión a la vida y al patrimonio. Su versión, la de los que están en la vereda de enfrente, es:

Ustedes son los que tienen miedo de morir, yo no. Mejor dicho, aquí en la cárcel ustedes no pueden entrar y matarme, pero yo puedo mandar matarlos a ustedes allí afuera. Nosotros somos hombres-bombas. En las villas miseria hay cien mil hombres-bombas. Estamos en el centro mismo de lo insoluble. Ustedes en el bien y el mal y, en medio, la frontera de la muerte, la única frontera. Ya somos una nueva ‘especie’, ya somos otros bichos, diferentes a ustedes. La muerte para ustedes es un drama cristiano, en una cama, por un ataque al corazón. La muerte para nosotros es la comida diaria, tirados en una fosa común”.

“Mis soldados —dice Marcola— son extrañas anomalías del desarrollo torcido de este país. No hay más (solamente agregaría yo) proletarios, o infelices, o explotados. Hay una tercera cosa creciendo allí afuera, cultivada en el barro, educándose en el más absoluto analfabetismo, diplomándose en las cárceles, como un monstruo Alien escondido en los rincones de la ciudad”. Y sentencia: “Están frente a una especie de post miseria. Eso. La post miseria genera una nueva cultura asesina, ayudada por la tecnología, satélites, celulares, internet, armas modernas. Es la mierda con chips, con megabytes. Mis comandados son una mutación de la especie social. Son hongos de un gran error sucio”.

Es la cara de la inseguridad que existe, está en muchas partes, en Pedro Juan, en Ciudad Juárez, en Capitán Bado, en Tijuana, en Ñemby o en San Lorenzo. Es el producto de la miseria, del desarrollo torcido que olvidó a la mitad de la población. Mientras, los incluidos empezamos a desarrollar el sentimiento de inseguridad que está —según Naredo— muy vinculado a la incomunicación y al abandono de los espacios públicos. El repliegue de la ciudadanía hacia lo privado —el domicilio, la familia nuclear— hace que se limite el contacto con las personas del entorno y se pierda el control sobre los espacios.

Pero hay también una inseguridad virtual diferente a la inseguridad real, que cumple una función no menos importante para el control social. “Los medios de comunicación crean —sigue diciendo Naredo— una criminalidad difusa, con la finalidad de inquietar o fascinar al público, crean con eso la sensación de que la criminalidad está en aumento, lo que lleva a la ciudadanía a tener la necesidad de protegerse”[2]. Basándose así en hechos aislados, se van conformando entidades como la criminalidad, la droga, el terrorismo, que a modo de cajón de sastre sirven para explicar o camuflar casi todas las inseguridades sociales.

Aparecen entonces dos formas de respuesta: el refuerzo del sistema represivo-institucional y el incremento de la defensa privada. Se pasa del Estado social al Estado penal-policial. En este Estado, la criminalización y el encarcelamiento de los desheredados sustituyen a la política social. Naredo es muy clara en esto:

Permite canalizar un malestar social más complejo, como simple miedo a la criminalidad, evitando así el cuestionamiento de las relaciones de poder (económicas, políticas, de género, etc.) que lo provocan. Justifica una política cada vez más represora frente a los grupos excluidos, señalados como chivos expiatorios y el mal de todos los males. Y legitima finalmente la restricción de libertades y derechos ciudadanos en nombre de ese combate contra el crimen.

Esto es, sobre llovido, mojado. No solo este sucio error, el modelo de desarrollo que se nos impuso, ha creado hongos, sino que además ahora, la represión. Obviamente, esto ni los asusta ni los detiene; veamos lo que dice al respecto Marcola:

Les voy a dar una idea, aunque sea en contra de mí. ¡Agarren a ‘los barones del polvo’ (cocaína)! Hay diputados, senadores, hay generales, hay hasta expresidentes del Paraguay (sic) en el medio de la cocaína y de las armas.

Pero, ¿quién va a hacer eso? ¿El ejército? ¿Con qué plata? No tienen dinero ni para comida de los reclutas. El país está quebrado, sustentando un Estado muerto con intereses del 20 % al año y Lula todavía aumenta los gastos públicos, empleando 40 000 sinvergüenzas. ¿El ejército irá a luchar contra el PCC? Estoy leyendo Klausewitz ‘Sobre la Guerra’. No hay perspectiva de éxito. Nosotros somos hormigas devoradoras, escondidas en los rincones. Tenemos hasta misiles anti-tan— que. Si embroman, van a salir unos Stinger. Para acabar con nosotros, solamente con una bomba atómica en las villas miseria. ¿Ya pensó? ¿Ipanema radiactiva?

Naredo le da en parte la razón a Marcola: “Las instancias represivas pueden en todo caso gestionar algunas situaciones extremas, no procurar nuestra seguridad cotidiana. El modelo hegemónico funciona en espiral: a mayor percepción de inseguridad, más represión, y a mayor represión, más sensación de inseguridad”[3].

El malestar nos viene de otro lado; de la desocupación, del hambre, de la constatación de niños de la calle, de la inmisericorde mortalidad materna, o de las escuelas destruidas y de los hospitales en ruinas, del crecimiento de la pobreza en las villas alrededor de las ciudades. Ese malestar producido por el sistema, por el modelo de desarrollo, necesita ser canalizado. Lo dice Naredo: “cuanto más malestar necesitemos expresar, más necesidad habrá de un chivo expiatorio y de castigos ejemplares a ese chivo expiatorio”, que se expresa en el joven inducido a la venta callejera de crack porque le usurparon el futuro, o en campesinos apoyando a un EPP porque no ven salida, o formando parte del PCC o el Comando Vermelho porque ahí por lo menos son “álguienes”. Esos son los chivos expiatorios con los que Rafael Filizzola y una larga lista de dueños de medios masivos de comunicación y empresas dedicadas a la seguridad, nos venden como inseguridad. Que es un gran negocio político y económico.

El modelo hegemónico de seguridad trata de inocular ese miedo. Este modelo no tendría justificación sin el miedo. El miedo del ciudadano es el ingrediente básico que le da sentido. Como dice un amigo, no hay sociedad más disciplinada que la que tiene miedo y está hipotecada. Ciudadanos con hipoteca y con miedo son ciudadanos más fáciles de gobernar. ¿Y para qué sirve todo esto?, se pregunta Naredo, para mantener el statu quo, las relaciones de poder de género, de clase y de etnia: control migratorio, policial, control de los barrios, imposición de nuevas formas de vida urbana que sin ese miedo serían tan aburridas que la ciudadanía las rechazaría… Hay que vivir con mucho miedo para querer vivir en un búnker.

¿Cuál es la solución?, le preguntaron a Marcola.

“Ustedes solo pueden llegar a tener algún éxito si desisten de defender la ‘normalidad’. No hay más normalidad alguna. Ustedes precisan hacer una autocrítica de su propia incompetencia. Pero a ser franco, en serio, de su moral. Estamos todos en el centro de lo insoluble. Solo que nosotros vivimos de él y ustedes no tienen salida. Solo la mierda. Y nosotros ya trabajamos dentro de ella. Entiéndame, hermano, no hay solución. ¿Saben por qué? Porque ustedes no entienden ni la extensión del problema. Como escribió el divino Dante: ‘Pierdan todas las esperanzas. Estamos todos en el infierno’”.

Saque usted, lector o lectora, sus propias conclusiones.

 

  1. .En el modelo hegemónico de seguridad, la función protectora se ha delegado a estrategias e instancias formales que ya en su origen no fueron creadas para garantizar seguridad, sino más bien para producir disciplina.
  2. Las empresas de seguridad han proliferado en los últimos años. La seguridad pasó a ser un bien que se compra y se vende y que determina la posición social de quien la consume.
  3. En el caso de la droga, la tendencia a la represión se ejemplifica con lo que se dio en llamar “la guerra contra la droga”, que es el biombo que esconde otra guerra, la dirigida contra los componentes de la población percibidos como menos útiles y potencialmente más peligrosos (Wacquant, L. 1998 “La tentation pénale en Europe”. En, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, 124, septiembre, 3-6, citado por Naredo, María, ob. cit.).